miércoles, 25 de mayo de 2011

Sexoncerías: Los apodos del jefe

Antes de nada y para meterme -nunca mejor dicho- de lleno en el tema, voy a hacer un breve repaso -digo breve, no corto, eh-, de los apelativos más usuales del órgano másculino, a saber: pinga, garrote, palo, polla, pija, pica, pico, poronga, lingote, péndulo, ganso, pelado, punta, espada, sable, verga, pitín, choto, chota, rifle, pistola, pistolón, pito, barrena, barrote, colgajo, chorizo, sardina, brótola, chocolatina, morcilla, pepino, chizito, ñoqui, pájaro, gallinazo, manija, cardán, garompa, gato muerto, vaso tubo, el amigo, el muchacho, flauta, clarinete, salchicha, salchichón, embutido, zanahoria, plátano, palanca, pindonga, pete, achura, pedazo, calvo, tripa, tripa gorda, arcabuz, sacabuche, tercera pata, rábano, vergamota, monito tuerto, condorito, obelisco, manguera, muñeco, salami, guanaco, sin cogote, monje capuchino, nutria, cíclope, torno, rabo, turrón, cañón, fideo...¡Uf! y fui breve, que no corto. Pero viene a cuento: no hay en nuestro universo -masculino, ya hablaremos de más_culinos-, nada o casi nada que no nos remita a ese elemento que rige nuestro destino. Porque nadie dude que lo rige ¡y cómo! Sino que se lo pregunten al ex Terminator, o al ex director del FMI. O a Clinton. O a Berlusconi. Tanto calificativo que le dispensamos tiene una razón de ser: el trato cariñoso con nuestro jefe. El es el que manda qué duda cabe. El no es el apéndice, todo el resto somos el apéndice de EL. Nos necesita para que lo llevemos de aquí para allá; para que lo sujetemos cuando es necesario; que lo mimemos cuando se siente solo y lo vistamos cuando realiza una misión peligrosa. El elige quién nos va a gobernar, o sea ella, o la de ella. O él, que es otro igual pero con más carácter. El "tipo" decide y lo demás acatamos. Miente quien dice que tiene un absoluto dominio sobre El. Hablo del propio. El, simplemente se toma un descanso y deja al resto que desarrolle las actividades prioritarias para su normal subsistencia. Pero tampoco descansa demasiado. No. Está alerta como los gatos, nunca duerme profundamente. Sabe que en el momento que deje de señalar un objetivo, todo el resto puede caer en la anarquía: la panza pidiendo y pidiendo más, y más. Los pulmones a por tabaco. El higado a por cerveza. Cada cual a su bola, y el corazón hecho un manojo de nervios. Si El no está contento, el resto sufre.
Tuve una vez la lamentable experiencia de observar, sin ser visto, una situación bastante ejemplificadora, y penosa, todo hay que decirlo. Sucedió en una revista en la que trabajaba, descubrí al que era el secretario de redacción, muchacho putañero como pocos, dentro de su pecera, hablándole a El, a su EL, que a la sazón reposaba fuera de la bragueta. Sus palabras, las del apéndice, fueron muy claras, y tristes, casi una confesión y un pedido de clemencia: "me vas a matar...me vas a matar", le decía.
No voy a negar que debí contener la carcajada, pero luego, con el tiempo, entendí el significado de la escena. Le hablaba al jefe. Al verdadero jefe. Ahora espero que mi apéndice haya escrito bien lo que le estoy dictando...Es que no sirve para nada, si no fuese por mí ya estaría tirado en algún portal...

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