martes, 30 de agosto de 2011

Almodóvar, Garci, Woody Allen, Luppi y la política

Recuerdo cuando Almodóvar aún me divertía. Bueno, sus películas. Las disfrutaba sorprendido por el despliegue de absurdos e irreverencias, el desprejuicio. Hasta esperaba con ansia, allí, en Buenos Aires, el anuncio de la próxima. Eso hasta La Mala Educación. Ya aquí, en España. Sus claroscuros se volvieron demasiado oscuros, para mi gusto. Claro que ver en Argentina, como veía, las pelis del manchego, era transportarse a una España delirante, colorida, snob, estrafalaria; costumbrista pero no solemne, simpática casi…y uno después conoció la verdadera, y en voz de sus protagonistas auténticos, la de los ochenta-noventa. No tan divertida y con estragos perpetrados por el “caballo” y el Sida. Aquella España que observábamos, por ejemplo, en Mujeres al borde de un ataque de nervios, contrastaba con otro cine y otra España: la de Solos en la Madrugada, de José L. Garci, desde luego que por el contenido y la forma, la estética, el lenguaje, y no porque Garci no tuviese genio para tener su propio sello, que lo tiene, claro. A tal punto que es un clásico. Y Pedrooooo, no lo era. La diferencia en su momento era como la de escuchar a un talentoso concertista de piano y a un músico como Johnny Rotten, de los Sex Pistols. La misma. De hecho Almodóvar era un punky más. Luego, para mí, se volvió un clásico. Ya es un clásico. Trata de ser punk pero el esmoquin no cuadra. Y lo que antes era puro desparpajo se convirtió en un discurso ácido, pero resentido. Sin ninguna gracia. Peor aún, sin magia. Y eso para el cine es fatal. Cambio el tono de burla por uno de revancha, la ironía a veces grotesca, por el grotesco sin ironía alguna. Le pasó como a muchos grandes artistas: se acercaron demasiado al fuego de la política…y se quemaron. No hay nada más patético que ver un gran transgresor contribuyendo al discurso oficialista. Sea del signo que sea. Por qué esto no le sucede, por ejemplo, a Woody Allen. Sí, las diferencias son muchas, que sí, que sí…pero por qué –diría Mourinho-. Porque su talento jamás se ha dejado arrastrar por los cantos de sirenas ideológicas. Mucho menos partidistas. Y su crítica, su burla, su ironía no tiene prejuicios…se ríe de sus miedos, sus raíces, su entorno, y de sus prejuicios. Esa era una de las cosas que me encantaban de Almodóvar: el desprejuicio.
Es inevitable que hallemos reiteraciones en todos los autores a través del tiempo, pero eso no los hace menos brillantes. Es más, suele ser parte de la trayectoria y de su propio aprendizaje, del que luego resultan obras sublimes. Son como ondas que oscilan de arriba hacia abajo. Ojalá que la curva, para mí, hoy descendente de Almodóvar no demore demasiado en volver a subir. Quizá un cambio de gobierno en España le de nuevos bríos.

Un caso que me afecto mucho en su momento –y me duele rememorarlo-, fue el de Federico Luppi. Y por dos motivos en particular, uno: es argentino, como yo; y dos: es un actor que admiro desde joven. Quedó como la cara de una operación política, con la que podía simpatizar, por supuesto, pero no encabezar. Es el día de hoy que lo mencionan como el del “cordón sanitario”. Aquí, llevo casi diez años ininterrumpidos en España, no hay una guerra civil para tomar partido tipo “combatiente internacionalista”. La estrategia política de un partido para monopolizar el poder, estigmatizando a los opositores, es una estrategia válida en tanto no se recurra a la violencia, pero Federico había llegado, como el mismo relató en varios reportajes, después de haber sido literalmente esquilmado por el “corralito”, el cual no fue sino producto de gobiernos como el de Menem que realizaron, entre otras, privatizaciones salvajes que vaciaron al país. Muchas de las cuales las hicieron con empresas españolas en épocas de Felipe González (Telefónica, Repsol, etc, etc.). Bien por España, mal por Argentina. Pero por qué un argentino como vos, Federico, con la relevancia de tu trayectoria, con tu talento, tiene que venir a España a hacerle el caldo gordo a un sector político. Sos actor, un pedazo de actor. Quizá, es mi opinión, uno de los mejores de Argentina, y para mí, también es mi opinión, claro: te usaron.
Visceral y honesto, campechano y sin medias tintas, te dejaron como al “Chavo” cuando todos hacían silencio de golpe. Quedó tu cara y tu voz en una actitud francamente fascista: “hay que hacer un cordón sanitario”. Es decir, enfrente, quizá no te lo dijeron, había un electorado de más de diez millones de personas a las que “ni agua”. Un alcalde dijo no hace mucho, “esos tontos de los cojones que votan a…”. Después de muchos años de ser alcalde de la misma ciudad acaba de perder las elecciones. Y además, sos argentino, como yo ¿qué derecho tenemos a decirle a los españoles qué hacer o no hacer? Sí además, llegamos como llegamos…Vos con el bagaje de ser un referente artístico –por eso te usaron-, y yo, como cientos de miles, para laburar en lo que sea…Tenía ganas de decirlo –y decírtelo- desde hace tiempo, aunque soy un simple admirador de tu trabajo. Nada más.
Volviendo al tema del cine y la política, hace poco leí en twitter, a propósito de un evento de documentalistas mejicanos, el siguiente twitteo, en parte una invitación a concurrir a dicho evento: “El cine es para denunciar”. Así, sin que se les caiga un pelo. No me pude resistir y les contesté: “eso es como decir: el sexo es para procrear”. No me respondieron. Como buenos marxistas, ateos, eran religiosamente fundamentalistas, y lo mío les habrá parecido una herejía. Digo yo.


domingo, 28 de agosto de 2011

"Viejbook" Como el aroma del pan

Es maravilloso como una melodía o una fragancia nos transporta en el tiempo. Suficiente con un par de acordes, unos pocos compases…y el entorno cambia de tal modo que podríamos quedarnos parados a observar hasta el mínimo detalle de un momento que creíamos enterrado para siempre en los confines del olvido. Momentos sin nada de trascendencia aparente: una calle en plena tarde de enero rumbo hacia algún sitio; cómo daba el sol contra los muros de aquellos edificios; la temperatura; el aire apenas perceptible.
Nada. Absolutamente nada especial. Sólo el tiempo. Aquel tiempo. El nuestro, recién comenzado. Nada más, nada menos.
Por lo general el viaje se realiza a ciertas estaciones de la juventud. Es lo recurrente. El lugar común de la nostalgia. Casi nunca a la niñez. A ese tren nos suben los psicoanalistas. O la muerte. El regreso al que nuestro inconsciente está dispuesto a retornar, y para eso usa todo tipo de triquiñuelas, es la juventud.
Ahora además de los sentidos mencionados, tenemos la vista. Ver. Ver, por ejemplo, en Facebook una foto que “colgó” un nuevo “amigo”. Que no es otro que aquel viejo compañerito con el que nos dimos algunas piñas y unos cuantos abrazos, y con el que no nos despedimos nunca. Simplemente dejamos de vernos. Y que ahora nos encontró la vida a través de la red.
Impresionante. Ni en las mejores fantasías de ciencia ficción imaginamos este futuro.
Y ahí estamos –en la foto-, uniforme y peinado, y formación. Está la chiquita que no me daba ni la hora, y la otra que sí me daba bola pero no me gustaba para nada. El flaquito alto que traía un mazo de barajas pequeñitas para el truco del recreo; el otro, que se compraba un alfajor pero se lo comía en la casa, eso decía, porque merendaba solo; ¡el “colorado”! que tenía una nube de pibas atrás de él, y él, meta hacer tonterías y gracietas de mal gusto, como mear detrás de las estufas, que con la temperatura, ya se sabe, eso se vuelve un hedor insoportable. Pero cuanto más guarango más parecía divertir a su séquito. El grupo de los “intelectuales” era muy reducido, y tampoco tenía mucha influencia sobre nadie. No, yo no pertenecía a ese grupo. Eran bastantes engreídos, y despectivos con los que pertenecíamos a un sector social con menor poder adquisitivo. Bah, pobres. Y se notaba en nuestros zapatos. Algo que el uniforme obligatorio del colegio no podía disimular. Bueno, yo, además, jugaba al fútbol en el recreo, así que mi calzado tenía un desgaste doble. Eso sí, aunque para mis hijos soy –y fui-, un patadura, grité muchos goles. ¡Y qué goles!
Pero me fui del tema. La foto. Y de la música. Esto también me recuerda un cuento: “El sonido de un trueno”, de Ray Bradbury –uno de mis escritores favoritos-. Solo podemos mirar. El pasado. No podemos alterar ni la más mínima partícula de ese momento. Y si fuese así, como en el cuento, el futuro, o sea nuestro presente podría ser muy distinto, para peor.
Uno de los problemas de esta recreación virtual de nuestras existencias es que evita mostrarnos –o no la queremos ver- la circunstancia en la que decidimos lo que decidimos, y no hay melodía ni fragancia que nos aproxime lo suficientemente cerca para decir: “Ah! Claro, fue por tal o por cual…”. No hay “rewind” como en los viejos “walkman”, en los que oíamos esas canciones que hoy nos recuerdan ¡qué eran los walkman!
A veces me pasa que al observar como un intruso aquellos momentos, me siento como un fantasma, ese del que nos reíamos: “¿Hay alguien aquí? Buhhhh”, decía alguno en esas noches en las que de aburridos nomás nos sentábamos alrededor de una mesa con la tabla Ouija, o una copa boca abajo, un “sistema” más humilde para convocar almas en pena. “Que son ángeles”, “Que no, que son demonios”…Si alguien se hubiese atrevido a decir que éramos nosotros mismos treinta y tantos años después, merodeándonos, lo hubiésemos tratado como a un loco. Seguro.
Sin embargo prefiero sentirme un viajero, más que un fantasma.
Que además era algo que ilusionaba de niño. No necesito música ni fragancia, ni foto, para recordar el día en el que en el triciclo de dos asientos lo invité a mi vecino, Jorgito –sí, mi tocayo-, el tanito –por ser hijo de italiano, en España le llaman así a los gitanos-, lo invité, decía, ¡a recorrer el mundo! Ni más ni menos. Por suerte nos encontró un albañil que trabajaba en mi casa: estábamos a punto de cruzar una ruta, no casualmente llamada de la muerte ¡y con un triciclo! Me imagino la cara que habrá puesto aquel tipo al ver a esos dos niños a punto de ¡suicidarse! Nos salvó las vidas, seguramente.
A mi pobre amigo le dieron una típica paliza italiana, y a mí unos cuantos tirones de oreja y reclusión en el fondo del patio. A ese tiempo me lleva casi siempre el aroma del pan, ese aroma de pan recién horneado.

P/D: De mi último “viejbook” recibí críticas de mis “contables” lectores. Cosa que me alegra: lo leyeron. Pero, está claro que hay mucho más. Por supuesto que hay mucho más. Tanto como personas que circulamos en internet. Y también las que no están allí.

lunes, 22 de agosto de 2011

VIAJE AL FONDO DE VIEJBOOK

El Viejbook es una herramienta increíblemente viva, sí; viva. Es como la televisión por lo adictivo. Pero la televisión en dónde actuamos todos: gordos, viejos, tontos, pillos. Todos. Es nuestro propio reality. Por lo cual es doblemente adictivo. Uno de los ejercicios más arriesgados es bucear en el pasado –esto es algo de lo que ya he hecho alguna aproximación anteriormente, ahora a fondo-.
-Mirá cómo está la Carmen ¿te acordás que era re flaquita? Pobre…
Otra:
-¡Qué hijo de puta el Juanjo! ¡Director del Hospital! ¡Pero si era un borracho! ¡Qué increíble!..Yo a ese hospital no iría ni en coma ¡El Juanjo! Lo que serán los demás…
La verdad es que al “Juanjo” no lo vemos desde hace más de treinta y tantos años. Lo único que sabemos de él es que estudiaba medicina ¡y ahora es Director del Hospital “Mengueche” en un pueblo perdido a la buena de Dios! Todo lo que le pasó al tipo a lo largo de más de treinta años lo soslayamos. Vamos de aquel agujero de nuestra memoria a esta síntesis virtual del Viejbook en un abrir y cerrar de ojos. Y no podemos evitar trazar un paralelismo con nuestras existencias. Como cuando vemos en la tele a un actor o un músico y decimos: “Este ya debe estar lleno de guita, hijo de puta”. Lo puteamos gratis. Y sin fundamento. Aunque no lo deseemos, hay cosas que nos despiertan resentimientos muy íntimos. Hasta con “la Carmen” ¡Qué nos importa si está excedida de peso o no! Quizá es más feliz que nunca la mujer. Y nosotros con lo nuestro: “¡Pobre!”. Pobre nosotros.
Pero no podemos sustraernos de la atracción –y distracción- fatal. Cada tanto, cuando las neuronas se conectan de forma debida, nos “viene” un nombre y chau. Otra vez caímos en la trampa. Los éxitos o desventuras de gente tan lejana en el tiempo, y en el afecto, no debiera producirnos más efecto que el que nos causa una cara desconocida de las millones que hay en la red: nada en absoluto. Ni fú ni fá.
Claro el tema es uno. Uno quiere saber cómo sale en la peli. Si de triste, de bobo, de ultra. O amargado. O peor: fracasado. Si miramos las vidas de antiguos conocidos y la juzgamos con tal severidad, no podemos menos que pensar que con nosotros hacen lo mismo. Y lo hacen. Ni lo dudes.
-¡Uh! Mirá a Jorgito ¡Cómo está! ¡Y ya tiene todo el pelo blanco! ¡Pobre!..
¿Pobre? Andá a la c..de tu m…p…del…o…
Es parte del reality, y si uno se metió en el juego, hay que aguantárselo. Pero lo mejor es no andar dándose manija con lo que opinarán de uno por ahí gente que no vemos desde hace mil años. Por algo dejamos de vernos, ¿no?
Y los/las EX.
Eso es para un capítulo aparte. Por lo general es allí donde más hincamos nuestra curiosidad. Además, es lógico, que sus nombres resuenen en nuestra memoria con mayor nitidez. Y cuánto más remota y profunda haya sido la relación, más aún. Será que sirve para evaluar cuán equivocados estuvimos o no en la vida. Para algunos una terapia y para otros un simple acto de masoquismo puro y duro. Casi siempre sacamos conclusiones vanas. Porque no tenemos ni una mínima prueba elemental, con la que concluir que nos hubiese ido mejor. Ninguna. Bah, sí, si nuestra realidad actual es una perfecta miseria, y que cualquier otra “cosa” –pensamos- habría sido mejor. La “cosa” o el “coso” sonríen beatíficamente en su perfil correspondiente.
Muchos y muchas van más lejos. Tantean, mensaje mediante, la permanencia de alguna brasita viva de aquel lejano idilio, un pequeño rescoldo, de cintura para abajo mejor. Aunque más no sea para reeditar unos polvos que trajeron estos lodos. O no lo trajeron, pero valieron un recuerdo. O pueden valer un polvo. ¿Acaso no se vuelven a juntar viejas bandas de rock para reeditar éxitos antiguos, y se hacen remake de grandes películas? Bueno, el Viejbook es la pantalla de los desconocidos, es nuestro Hollywood, somos las estrellas…