miércoles, 1 de junio de 2011

VIEJBOOK II "amigos"

En aquellos días, la brisa que precede al otoño se deslizaba de un modo despreocupado entre las ramas del pensamiento. Deseos, en particular.
El cambio de estación solo traía presagios de nuevos desafíos, y reencuentros anhelados.
Eran épocas de colegio y todo lo que podía salir mal, tenía arreglo. O casi. En especial el amor, aquel, tan voluble. Y tan único y desesperado como una canción de Neruda.
En ese país todo era comienzo. Quizá por eso el recuerdo es nítido. Simplemente por eso, en tu caso, más nítido aún. No hubo principio. Nunca comenzó.
Un gran amor, algunos dicen el primero, nunca se olvida. Agregaría que el que no fue también. Tiene el mismo peso específico en la memoria. Aunque no haya como en la película de J. L. Garci “Asignatura pendiente”, nada pendiente. Solo un agujero negro de igual tamaño al universo construido imaginariamente.
A veces recuerdo la ansiedad con la que esperaba ser mayor. Mayor de veinte, claro. Para lucir esa incipiente barba que veía en los muchachos que esperaban a la salida del instituto a nuestras compañeras. También a vos. Ellos parecían seguros de sí mismos, y nosotros los “compañeritos”, no dábamos la talla. Demasiados inmaduros.
La ignorancia, esa singular acompañante de la adolescencia, susurraba, erróneamente cómo no, caminos que desandaríamos con ojos sorprendidos y voz entrecortada. Igual, arropados por la soberbia de sentirnos herederos del mundo, acometíamos arrogantes las más disparatadas empresas, por ejemplo: pasearnos a plena luz del día, en plena calle, y en plena dictadura militar, -la de Videla & cía.- con el mamotreto de Karl Marx, El Capital, bajo el brazo, en una actitud desafiante y reivindicativa. ¡Vaya proeza! ¡Vaya estupidez! Por mucho menos decenas de jóvenes aparecían en una zanja. Otros no aparecieron jamás.
Eso sí, valor para declararnos a la chica de nuestros sueños, no teníamos. Daba pavor imaginar una respuesta adversa. Era mejor sumergirse en fantasías que ya sabemos cómo acaban…
Vos, tenías varias horas de horno más que nosotros, los muchachos que nos “colábamos” en tus cumpleaños. Con tu misma edad, biológica, pero irremediablemente verdes. Y no por simpatizar con la ecología. Vos, hiciste lo que debimos hacer todos nosotros: estudiar. Y pasárnoslas bien, sin tantos prejuicios ideológicos de ideologías de las que solo conocíamos eso: los prejuicios.
Al punto de preferir morir, real y estúpidamente, llenos de sangre; a morir de amor, metafórica y estúpidamente, llenos de gozo.
Lo primero era romántico, y lo segundo, cursi. ¡Cuánta paja!
Hace poco me encontré con tu rostro, reconocible a pesar de la malicia del tiempo, -tan democrático en algunos aspectos, y tan autoritario y criminal, en otros-.
Te vi en Facebook. Más Face que nunca. Entre esos “amigos” que son “amigos” de otros “amigos” y te sugieren que seas “amigo”…
Ya hubo un tiempo en el que la amistad, verdadera, y el amor, desmesurado, pudieron echar raíces. Y no lo hicieron. Ese era el destino, y quedó sellado como una piedra en la pirámide de Keops. Ni bien, ni mal. Ahora, merced a ese espacio virtual, podemos husmear, como los perros en los parques, los rastros de otras vidas totalmente ajenas a la nuestra.
Un mundo pasado que se cuela de forma hipnótica y morbosa, cuando no melancólica y autocompasiva, por las comisuras de nuestra boquiabierta frustración presente. Y el único brillo en nuestras pupilas es el del reflejo de la pantalla que nos trae con una falsa simpatía, un impersonal saludo y una invitación lejana, “fulano te sugiere que seas amigo” de un “amigo”, que a su vez es “amigo” de una “amiga”…¡que pudo ser la madre de tus hijos!
Más allá de todo, a vos te vi bien. Me alegra.

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