miércoles, 9 de octubre de 2013

LAS ISLAS DE LA MEMORIA y OTROS DEMONIOS (4ª parte)




La de los sueños es una de las islas más frecuentadas. Allí se levantan y desmoronan como castillos de naipes transparentes y multicolores infinidad de pretendidas vidas, anheladas ilusiones e insatisfacciones; escaparates y espejos en donde se reflejan las ansias y angustias de todas las edades. Ciudades enteras, países. El mundo todo de ese momento.
En sus avenidas circulan brillantes automóviles a gran velocidad, y se esfuman en el aire como una visión. Se arman y desarman escenas de amor, de logros y éxitos. De una euforia vibrante y contagiosa. Se ven a la distancia hogares de los que nos llega un aroma a especias y verduras rehogadas que despiertan el apetito. Y Se oye un rumor de voces apacibles que invitan a sobremesas con un prometedor café y una porción de tarta recién horneada. Y melodías nunca oídas que se renuevan constantemente. Hasta los demonios pierden la mueca de malicia y observan fascinados el paisaje como niños dentro de un fulgurante parque de diversiones.
Allí nos cruzamos con quienes nunca nos amaron y nos guiñan el ojo sugestivamente. Y a los que nos odiaron con un gesto de disculpas. Y a muchos criminales exhibidos en pelotas ante una muchedumbre jocosa. A represores encarcelados en prisiones inenarrables. A dictadores fusilados una y otra vez hasta el infinito.
Encontramos a aquellos muertos felizmente sanos y sonrientes, acercándose con ansia para contarnos lo maravilloso de la vida. Y a vivos despreocupados de la certeza de la muerte.
Como en un multicine se proyectan en incontables salas al aire libre, películas en las cuales somos los actores protagónicos. Y solo en cada una se nos iría la existencia contemplado las historias tan laboriosamente escritas por la imaginería febril del niño y el adolescente, y del adulto después, con algo más de barroquismo.
Deambulamos entre las pantallas y la misma realidad de fantásticos relieves hasta sentir en los labios los besos que una vez añoramos. La brisa tenue de tanto en tanto nos nombra con una vocecita irreconocible pero familiar, llena de ternura.
Miramos a la gente ir y venir de sus trabajos con una actitud alegre. Esperanzada.
Y los barrios mutan su fisonomía según nos acercamos, las casas lejanas dejan de ser simple arquitectura y se convierten en los hogares diseñados por el deseo. O la desesperación.
Es tan subyugante aquel ambiente que podríamos quedar atrapados para siempre, con nuestros demonios. Alguno de ellos suele ser el que nos rescata, ya sea por aburrimiento, o para fastidiarnos.
A veces cuando despertamos en medio de la noche, agitados y empapados de sudor, en verdad no es sudor, son los vestigios de ese mar que atravesamos, frenéticamente, de regreso de una de las islas.

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