jueves, 3 de octubre de 2013

DEMONIOS -a César Vallejo-

Y al volver...Sentado en la mesa de este café de Monserrat y Conde Duque, miro los muros del cuartel ahora renovados con sus enormes ventanales y sus ladrillos austeros. ¿Qué pasó? Todo. Sabrina me trae un té y un bollo, me sonríe. Siempre tiene buena disposición, no hay crisis que melle su mirada amable. Tanto tiempo, me dice. Y no hace tanto, la verdad. Pero parece que lo fuera, desde el invierno pasado a este otoño recién venido y ya tan mal dispuesto. Con mala uva.
Alguien me sugirió, a propósito de mi entrada de ayer la de la neutralidad y los mocos, que también, y del mismo modo versátil se podía jugar con las legañas, y hasta con la cera de los oídos. Le pedí que no siguiera, que si es por eso el ser humano tiene mucha materia maleable al alcance de los dedos. Y ciertas poco agradables, al menos para un bar. Lo que sí reconocí es esa miscelánea de elementos que se aculan en el alma de cada uno, y que al meter mano pueden darnos sorpresas, en ocasiones, muy satisfactorias. Multiformes, variopintas,y hasta aromáticas. Puede ser -el alma-, la galera de un mago o el arcón de un Capitán Garfio. Cualquier cosa. Yo he sacado de allí la espuma de un mar con el mar de fondo y la brillante aleta de un cachalote cortando pacíficamente el horizonte. Y he visto cadáveres y los he cubierto piadosamente con unas nubes densas de tormenta bonaerense. Le conté, además, al comedido, que mejor no destapar ciertas alcantarillas. No rebuscar en las canaletas oxidadas. No le dije que me rajé muchas veces por insistir con necedad taurina en ese ejercicio que está al límite del masoquismo. Nada bueno o noble hay por allí. Los sedimentos no suelen ser todos propios, muchas veces te los dejan o uno deja que se los dejen, y no hacen más que fermentar de una forma maligna. Ya sé que a muchos les encanta ver -en particular si de escritores se trata-, las exhibiciones de miserias genuinas, eso de “murió comido por los piojos”, como se dijo del pobre César Vallejo. Que lamentablemente fue así. Y el lector disfruta de aquel auténtico aquelarre de angustia e impotencia. Y sobre todo del personaje que lo ha escrito. No, es que el tipo realmente vivía un infierno, cagado de hambre, comentaba un colega en un bar de la calle Corrientes llamado los tres pinos, mientras se zampaba un pebete de jamón y queso. Y agregó, limpiándose las migas de su barbilla, ése sí que buceaba en lo más profundo del alma. Sí, y se ahogó, pensé en aquel entonces. A los veinte me seducía la saga de escritores mal llamados malditos. Pero no tardé mucho en comprender que toda esa magia tenía un costo atroz y en ningún caso deseado. Más allá de la auto compasiva contemplación de “un mundo sin mí” conmigo convertido en héroe, y la imaginaria observación de un público, o al menos un ser deseado y nunca obtenido llorando a mares por nosotros. No, gracias. A César le hubiesen venido mejor unos buenos platos de fideos, y unas caricias. Nada más. Pasa como en otro ámbito con el Che Guevara. Todo tipo de elucubraciones sobre lo que dijo o no dijo en sus últimos momentos, cuando entre el asma y las extremidades baleadas esperaba un último y piadoso tiro. Todo un sacrilegio pensar que él hubiese deseado, en ese instante irreversible, estar sentado en su Córdoba natal tomando unos mates. Enaltecida su muerte, que se niega a asumirla como tal, al servicio de intereses totalmente ajenos ya, y en ocasiones en las antípodas de las propias ideas del Che. Sí Gardel se hubiese visto “cocinado” como lo hallaron, tal habría preferido ser un simple cantor de barrio. Por suerte no fue así, lo siento Carlitos. Lo que digo, le dije, a Jaime, que así se llama este colega de las sugerencias, que una cosa es hablar de mocos o moquitos, y otra es el suicidio o la tragedia, por glorioso que parezca -y no siempre lo consiguen- en un futuro absolutamente incierto. Si no revolvés bien adentro nunca vas a ser un artista, insistió, y le respondí que lo que quería, hoy por hoy, son unos simples y vulgares mangos para la pitanza, y que estas alturas me daba igual el “arte” o ARTE, así, con mayúsculas, que cada cual hace lo que puede y que en definitiva no se puede cagar más alto que el culo, aunque te subas a una escalera. Sé que me lo dice con buena intención. Yo también.
Sabrina me miró un par de veces pero ya no le iba a pedir más nada. Gastada mis últimas monedas decidí marcharme con los últimos demonios que aunque mansos seguían adheridos a mi como una lapa. En parte me daban pena. Y me hacían compañía.

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