martes, 8 de octubre de 2013

LAS ISLAS DE LA MEMORIA y OTROS DEMONIOS (3º parte)



En una de tantas islas que solemos frecuentar, sin darnos cuenta, suele pasar que nos llevemos de souvenir alguna una infección. La cual no da señales de existencia hasta mucho tiempo después. Lo terrible es que ese tipo de afecciones se hace más ruin en ciertos demonios proclives a pegárselas. Algo parecido al proceso de los “gremlins” al mojarse, para que se hagan una idea –bueno, por lo menos aquellos que hayan visto la película-. Aunque esto no tenga nada de ficción, y las secuelas sean verdaderamente catastróficas.
DEMONIOS MONSTRUOSOS
Cuando el demonio deviene en monstruo el problema es de índole terminal. Empieza una metástasis de proporciones nefastas para el individuo. ¿Cómo sucede? Al igual que cualquier otro, este virus se adueña del organismo ante el más mínimo síntoma de debilidad. Y los demonios se debilitan a la par de su portador. El virus aprovecha los espacios vulnerables, los corrompe y se apodera de ellos para instalar allí su letal carga. Así comienza una metamorfosis general.
Quienes lo hemos padecido, y sobrevivido, podemos dar testimonio de la cantidad y variedad de estragos que el curioso animal ha dejado en nuestras ya miserables existencias. El taimado maligno –otrora simple y vulgar demonio-, no tiene por objeto enloquecernos, no. Su objetivo es decididamente matarnos. Y la mayor de las veces lo consigue. Con mano propia o ajena.
En principio, tiene una lengua más filosa que la cimitarra de un sarraceno, y más delgada que una hoja de afeitar, también filosa, claro. Y más veloz en los retruécanos que el más hábil de los magos…o psicoanalista. Nos da las coartadas perfectas, en apariencia, y los mejores argumentos de respuesta a los efectos colaterales. Que son incontables.
Un ogro o una bruja parecen niños de pecho comparados con el engendro surgido de los pantanos más recónditos de las almas.
Son personajes parecidos a –otra vez una película-, aquel ser extraterrestre: Allien. Solo que los que llevamos dentro no saldrán nunca rompiéndonos el pecho. ¡Qué bah! Utilizan de un modo perverso el aspecto humano para acometer sus tropelías. Camuflados de personas destruyen todo a su paso. Hasta que son abatidos como burdos criminales, o suicidados por el último resquicio de lucidez del auténtico. O, en contados casos, reducidos por éstos en un esfuerzo titánico.
La sintomatología varía de acuerdo a la característica del demonio-monstruo y a la de su victima. El entorno del invadido puede intentar diversas curas –sin curas-, aunque lo usual es aislar definitivamente al demonio, al monstruo y al individuo. Suele ser lo más sano. No para evitar un posible contagio sino más bien para no sufrir sus estragos. Los entornos que no perciben esa peste acaban colapsando junto con el pariente. O por el pariente.
Hay que decir que la lucha entre el bicho y la persona es brutal. Imaginemos la mesa de un bar con dos hinchas, uno de Boca y otro de River –O del Madrid y del Barsa-, no importa. Dos fanáticos enfrentados y enzarzados en una dialéctica pueril pero sin piedad, conocedores ambos de las historias reciprocas, lanzándose todo tipo de puyas y golpes bajos, groserías y sonseras; gestos obscenos y guiños desafiantes, y algún que otro puñetazo a la mesa. Así están el individuo y su alimaña. En todo momento, día tras día. Noche tras noche.
Cuanto más de debilita el poseído más se crece la cosa. Tiene más hueco. Más carne en descomposición para alimento.
Quienes lo hemos padecido y sobrevivido –como dije antes-, podemos dar cuenta de la enorme gama de recursos utilizados en la feroz lucha. En la que dejamos, no podía ser de otra manera, buena parte de nuestra condición humana. Porque para someter al bicho tuvimos que convertirnos en lo más parecido a su naturaleza: un bicho. Y así, eso ya no se quita, permanecemos.
El maldito, de todas formas, no muere. Queda atado y maniatado, y en particular, amordazado. No muere. Solo podemos mantenerlos controlados. A él y al resto de demonios que pretendan liberarlo. Son demonios y hacen cosas de demonios. No les importa que el monstruo los devore también a ellos. Bueno, no todos. Algunos demonios hayan incompatible su razón de ser –creen tenerla-, con la del monstruo. Eso nos favorece. No harán nada por evitar que se suelte, pero tampoco van a echarle una mano. Van de neutrales.
En tanto la persona –o lo que queda de ella-, el auto exorcizado, el ex zombie, trata de recomponer lo que aún conserva noble entre las ruinas del combate.
Y para ello nada mejor que visitar otras islas.

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