jueves, 16 de junio de 2011

La libertad de elegir

Sé que escribo para tres o cuatro personas, incluyéndome a mí. Y escribo canciones para otras dos o tres, también incluyéndome a mí. Lo que no deja de tener sus ventajas: el pulgar hacia arriba o hacia abajo lo recibo de inmediato. Otra, quizá la más importante: hago lo que me sale en gana. Puedo cantar o escribir cuánto se me ocurra, pues nada depende de ello. No hay condicionamiento alguno. Solo mi voluntad.
Las desventajas, claro, son innumerables, comenzando por todo el gasto de material y tiempo que jamás tendrá recompensa ninguna, más que mí propia satisfacción de hacerlo. Que no es poco, por supuesto. Y siguiendo, con las miradas de aquellos que me observan piadosamente como si lo mío fuese un mero pasatiempo –pasado de tiempo por mi edad-, o peor, un hobbie. O simple catarsis.
Para mí, confieso, es una necesidad básica como lo es beber agua. O vino. Tinto, mejor. No es un vicio, pero siento el mono si pasan días sin pulsar mi guitarra, o sin agarrar mi Parker y mi cuaderno.
A tiempo parcial puedo ser: albañil, diseñador, electricista, fontanero, redactor, imprentero, serigrafista, pintor de brocha gorda, carpintero…pero padre, marido, escritor y cantautor es a tiempo completo. Está en mi cabeza las veinticuatro horas del día. Son cosas que llegaron a mi vida para quedarse. Siempre. Aún cuando duermo, y sueño con una melodía que ahí, entre sueños, parece preciosa, y se desvanece con los primeros rayos de sol, dejándome un despertar, a veces amargo, por no retener de ella una mínima huella tonal de donde asirme para volverla a oír. Ni tarareándola torpemente con la garganta pastosa de la madrugada.
Con la escritura es diferente. Basta con una imagen apenas definida, un par de palabras, y ¡saz! El argumento sale a la claridad con todas sus imperfecciones, aquellas que disimuló la duermevela con su indescriptible escenografía de sombras. Ahí está, para que les dé un uso adecuado, o no. O tal vez ninguno. Pero ahí está. Lo que imposibilita la frustración. Nos sentiremos desilusionados, acaso. Pero no impotentes.
La música es más esquiva. Cuando su musa coquetea delante nuestro hay que poseerla o se va para siempre. Es arrogante e intransigente. Es sumamente vanidosa. La tomas tal cual es o nada. No acepta manipulaciones.
(Lo que me recuerda en mucho a una mujer que conozco.)
Todo esto es totalmente intrascendente para la mayoría de mi entorno. Y para aquellos que apenas me conocen aún más. Solo importa “de qué me gano la vida”.
Muchas veces les respondería que “esta vida” me la he ganado hace mucho escribiendo y cantando mis canciones, aún cuando solo me las imaginaba, y con los sueños que éstas generaron, impulso vital para no quedarme quieto, perdido en un rincón del mundo a merced de la soledad, la pena, y la explotación más elemental, soñando en el cordón de una acera con lo que podría haber sido si me hubiese puesto a escribir y cantar ¡al menos para mí! a ese maravilloso regalo que nos ha dado “la vida”: la libertad de elegir.

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