lunes, 13 de junio de 2011

Machos y bocazas

Que “por la boca muere el pez”, es ya un lugar demasiado común. Pero eficaz para describir una de las características preponderantes del macho actual. Actual desde hace unos cientos años. El macho “bocazas”. En particular el macho latino.
Todas las mujeres dicen lo mismo: a ustedes los pierde la lengua. Y lo dicen antes o después de beneficiarse de ella. Pero llevan razón. Sin pretender ser condescendiente con las féminas, casi siempre la tienen, en especial con respecto a nosotros. Nos conocen como si nos hubiesen parido, la verdad.
Si hay algo que produce tanto placer, o más, que el sexo, es contarlo. Con lujos de detalles. Divulgarlo entre los amigotes, entre recién conocidos, y aún, a desconocidos.
-¡No sabes las tetas que tiene! ¡Y cómo se mueve!
Son algunas de los clásicos comentarios. También hay referencias a otras partes, claro. Todas son dignas de mención. Ninguno hace el más mínimo esfuerzo de pensar un segundo que quizá la mencionada podría llegar a convertirse en su futura esposa ¡o la madre de su hijo! No, para qué. Primero es lo primero, y lo primero es disfrutar del cuento. Fanfarronear con lo bien que la pasamos y recrear con exagerada gestualidad los arrebatos amorosos. Como en una película porno. En muchos casos se mezcla un poco la realidad y la fantasía de lo que fue. Y también las películas porno. Sobre todo eso.
Así pues se narran con meticulosidad las escenas vividas (e imaginadas).
-…y después me la agarró con las dos manos-, dice el tipo haciendo alarde de tener una gran herramienta- y me la chupó ¡Madre mía, cómo se la come! ¡Toooda!
Después de otras descripciones más o menos al tono, con referencias de pelos y señales, el ambiente empieza a caldearse; los que escuchan hacen sus propias películas mentales –más ele que mentales-, y hasta calculan rápidamente en qué momento podrían ir ellos a por la nombrada, y de qué modo deberían abordarla sin que se entere ese amante bocazas. No es que la susodicha sea puta ¡qué bah! Pero a lo mejor uno de los presentes tiene más meritos que el futuro cornudo. Por otra parte, contar una experiencia con una puta no tiene gracia. A menos que hubiese sucedido algo excepcional, por ejemplo, que la tipa no fuese tal si no un tipo, y cosas por el estilo.
Definitivamente, los hombres necesitamos verbalizar las relaciones. Y hasta terminan, muchos, contándoselo a sus propias mujeres, no por culpabilidad, no, por ampliar el público. Y si es un público femenino, mejor. El sexo oral, perdón, verbal, parece ser el mayor afrodisíaco.
Hay excepciones, por supuesto. Están “los calladitos” que parece pasan sin pena ni gloria por la vida. Parece. Son los que suelen tener más sexo real que el resto. De hecho no pierden su tiempo hablando de él. Del sexo. Simplemente lo hacen. Y se cuidan mucho de no dar pistas, ya no de sus andanzas, sino de algo más valioso: una buena amante. Sabedores innatos de la variedad superior de “machos” que tienen a su alrededor, siempre al acecho, prefieren disfrutar en silencio, aún a riesgo de ser mirados con lástima por sus colegas, que presuponen en ese silencio la falta de sexo. Compartido.
-¿Y tú qué?-, pregunta alguno esperando ser sorprendido por ese mindundi, incapaz de matar una mosca.
-¡Meta paja!-, se ríe otro.
El “calladito”, nada. Saborea íntimamente los resabios de una noche de dos noches atrás.
-¿No estabas con “fulana”? Yo te vi el miércoles, iban de la mano…-, la deja picando un indiscreto, recién llegado a la mesa del bar.
El “calladito”, nada. Hace un gesto de no sé con la boca bien cerrada. Pero sirve de poco. El primero vuelve a la carga, entreviendo algún secreto.
-¿Con “esa”? No decías nada, eh. ¡Tiene un culo!-, exclama haciéndole un guiño a un tercero.
El “calladito”, aguanta. Todavía tiene margen.
-¿No salía con el del banco? ¿Cómo se llama?-, pregunta haciéndose el tonto, el indiscreto, mientras busca la punta del ovillo.
Pero el “calladito” no está dispuesto a dejarse vencer tan fácilmente. Aunque su resistencia no hace más que sumar curiosos, uno de los cuales suelta una nueva andanada sobre la base de flotación:
-A “esa” se la tiraba mi primo, “péndulo”.
Dos elementos irritantes: “tiraba” y “péndulo”. Dos torpedos en el silencio del acorralado muchacho.
Los ojos del “calladito”, empiezan a tener un brillo poco amistoso. Y los demás lo notan. Por eso siguen.
-Mi primo me contó-, insiste el nuevo comedido- que la tiene así-, y junta pulgares e índices como quién forma un gran corazón, pero con los pulgares hacia afuera.
Todos esperan la explosión. Pero al “calladito” todavía le queda oxígeno. Respira profundo y tratar de simular una sonrisa que nunca termina de dibujarse.
-Claro-, suma y sigue otro –pero por algo a tu primo le llaman “péndulo”, con semejante poronga, igual le habrá parecido estrecha.
Las carcajadas ahondan el escarnio al que es sometido sin misericordia el “calladito”, como un castigo por no compartir su intimidad. Los amigotes, al igual que una jauría de lobos se excitan con la sangre. Y al muchacho se le notan las heridas. Aún así soporta estoicamente. Hasta que el comedido decide dar la estocada final:
-Y también me ha contado que le gusta que le acaben en el culo ¡se lo habrá dejado como una flor!
Listo. Toda la carne al asador.
El “calladito” rompe sus propias reglas, y entre dientes, susurra conteniendo su ira:
-Sí, estamos saliendo-. Saca su cartera, paga su parte y se levanta dispuesto a marcharse.
-¡Ah! Entonces era “ella”-, dice el indiscreto con tono amable -¡Huy! Disculpa, de haber sabido…
Las miradas cómplices se tornan distraídas y lejanas. Uno pide una cerveza, otro se va al servicio.
-Y bueno, no te vayas, cuéntate algo-, le ruega cínicamente el primero.
-Para qué-, dice al fin el “calladito”-si parece que ustedes la conocen mejor que yo…
-¡Eh! ¡Que es broma, hombre!-, aclara el comedido para luego oscurecer: –mi primo solo salió un par de noches, nada más…
Y nada más irse el “calladito”, el primero le pregunta al comedido:
-Y qué más te ha contado tu primo. Porque está muy buena. No sé qué le ha visto al tonto éste...¡ni hablar sabe!

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