Hace
un tiempo mi hermano, desde Buenos Aires, me preguntó qué era eso de “Podemos”.
El, mi hermano, siempre fue militante de izquierdas. Desde aquella JP -Juventud
Peronista- de los años setenta, con su precaria “Unidad Básica” hecha de
maderas y chapas, montada en una esquina baldía de San Justo.
Soy
cinco años menor que él, así que por esa época yo me debatía entre potreros y
notas de colegios que variaban según las decisiones de mis padres, que vaya a
saber por qué, con excepción de los dos últimos grados de primaria, me hicieron
ir a uno privado, a otro público, luego a otro privado y particular, hasta que
terminé por fin el ciclo. (A veces pienso que tanta mudanza modeló en parte mi
carácter poco afecto a permanecer de forma continua en un mismo sitio. Así fue
después en mis trabajos y en mi andar, de barrio en barrio, de ciudad en
ciudad, y de país en país. Culo inquieto. Pero eso es otra historia).
Mauricio,
mi hermano, tenía curiosidad por este nuevo movimiento que se estaba gestando
en España. Traté de ser sintético, según mi percepción de esta realidad ibérica
en la que subsisto por momentos, asombrado, y la mayor parte del tiempo
enrabietado. Casi como lo estaba en Argentina. Casi. Le conté que el personaje
más popular –aclarándole que lo de popular no tenía nada que ver con el Partido
Popular, bastante impopular según las encuestas-, era un tal Pablo Iglesias,
que me recordaba en gestos, palabrerío, y solemne impostura de rebelde
incorruptible, al mejor –o peor- estilo de aquellos “compañeros revolucionarios”
de nuestra juventud. Como si hubiesen metido en una máquina del tiempo –ojalá
fuese así, y no desaparecidos como trágicamente están-, a tantos muchachos que
solían venir por casa a tomar mate y enzarzarse en largas discusiones con mi
padre, también de izquierdas, también peronista, regañándole por su
escepticismo: ¡que cómo podía dudar que la revolución estaba a la vuelta de la
esquina! Recuerdo sus rostros iluminados por una ilusión y una energía de la
que era difícil abstraerse, aún siendo un pibe de doce o trece años con bolitas
en los bolsillos y las rodillas sucias como lo era yo por ese entonces. Iguales
argumentos, igual enjundia, igual soberbia frente a las generaciones para ellos
ya superadas definitivamente por la historia. Burgueses, bah. La masa reclamaba
de sus servicios, y ellos dispuestos a liderar el cambio.
Hasta
la estética, le dije. Gafitas, pelo largo –con coleta-, un aspecto casual. De
gente a la que supuestamente no le importa nada de nada la vestimenta. Están en
algo superior, más noble, altruista y sobre todo trascendente a niveles
cósmicos. Vienen a por la “casta”.
¿Qué
es eso de la “casta? Me preguntó. Pues la dirigencia política toda, le dije. Y
la sindical, y en general todo lo que no sean ellos. Le insinué el parecido con
sus antiguos amigos, aunque con la salvedad que sabíamos ambos: sus amigos se
jugaron la vida –equivocados o no-, y la perdieron. Estos neo “revolucionarios”
son producto de épocas de holgura económica y nuevas tecnologías. Hijos de una
patria de ladrillos y créditos fáciles, salidos de círculos universitarios de
pequeños burgueses que han vivido, en su gran mayoría, entre los sudores de sus
padres y las becas, y también bajo el ala de partidos políticos –PSOE,
Izquierda Unida-, que ellos -luego de
haberles servido de agitprop durante años-, piensan
cargarse. Cría cuervos, dirían.
¿Y
el PSOE? Le expliqué lo que se sabe por los medios: son, hoy por hoy, una bolsa
de gatos debatiéndose entre quitarse el lastre de figuras corruptas, pugnas
internas para liderar un futuro gobierno tras un posible y más que probable
derrumbe electoral del PP, y el pánico por la ascensión de ese movimiento llamado
Podemos. Extendiendo inconfesables redes de contacto con éstos para un
hipotético pacto de izquierdas, aunque por momentos tratan de imitar sus tics
populistas con mensajes más o menos plagiarios, a ver si llegan al poder por sí
mismos, otra vez.
Y
sí, la gente está hasta las narices de discursos, el paro sigue en la
estratósfera, y el estado ausente no da una mínima respuesta concreta a las
necesidades diarias de los ciudadanos más desprotegidos. Familias enteras.
Cientos de miles. La precariedad laboral avanza subida al carro del “verso” de
que eso generará trabajo. Los desahucios aumentan para engorde de usureros y
banqueros, que son lo mismo con diferente escenario. La ley está de su parte. Y
el estado, como te digo, ausente. O peor, los encargados de dirigir ese Estado
tienen demasiadas deudas con ellos, los banqueros. O son, o han sido socios.
Sí, corrupción. Sí, como en Argentina.
En
eso ni tiene que mentir Podemos. Y por eso su “ideario” se asemeja al de
Chávez, de Venezuela, latinoamericano, –aunque valdría también el de Chaves de
Andalucía, mucho subsidio, voto cautivo y al que esté en contra, ni agua. Clientelismo,
nepotismo, autoritarismo…-¿Entonces qué? Y qué sé yo, Mauricio. ¿Elegir lo
menos peor? ¿Y cuál es?
Si
además con tan poco rodaje a varios dirigentes de Podemos, y aliados de
Izquierda Unida –hoy más que nunca Hundida-, se les empieza a ver los pelos de “casta”.
Pequeñas corrupciones, proporcionales al “poder” que han tenido. Pero su
discurso sigue siendo aceptado por buena parte de la población. Con razón. Su
discurso.
La
gente al menos quiere una voz que grite lo que todos sabemos, como decía
aquella canción de Charly García: “¡La grasa de las capitales no se banca más!”.
Aunque
mucho antes lo cantaba Antonio Machado, y bien claro: una España de charanga y
pandereta.
¿Qué
están metiendo presos a muchos? Bueno, no tantos. Ya sabés, cabezas de turcos
hay en todos lados. Sí, sí, algunos son muy conocidos. También sus delitos son demasiado
conocidos. Pero recordarás lo que decía Martín Fierro: todos los paisanos son
buenos pero el poncho no aparece. Acá la guita no aparece. Van presos, o están
en causas penales, pero el dinero se esfumó. Y ni rastros. Dicen.
Bueno,
pero ya te iré contando más. A ver, decime algo vos de allá, alegrame el día ¿qué
tal Buenos Aires?
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