domingo, 14 de diciembre de 2014

¿PODEMOS o NO PODEMOS?

Hace un tiempo mi hermano, desde Buenos Aires, me preguntó qué era eso de “Podemos”. El, mi hermano, siempre fue militante de izquierdas. Desde aquella JP -Juventud Peronista- de los años setenta, con su precaria “Unidad Básica” hecha de maderas y chapas, montada en una esquina baldía de San Justo.
Soy cinco años menor que él, así que por esa época yo me debatía entre potreros y notas de colegios que variaban según las decisiones de mis padres, que vaya a saber por qué, con excepción de los dos últimos grados de primaria, me hicieron ir a uno privado, a otro público, luego a otro privado y particular, hasta que terminé por fin el ciclo. (A veces pienso que tanta mudanza modeló en parte mi carácter poco afecto a permanecer de forma continua en un mismo sitio. Así fue después en mis trabajos y en mi andar, de barrio en barrio, de ciudad en ciudad, y de país en país. Culo inquieto. Pero eso es otra historia).
Mauricio, mi hermano, tenía curiosidad por este nuevo movimiento que se estaba gestando en España. Traté de ser sintético, según mi percepción de esta realidad ibérica en la que subsisto por momentos, asombrado, y la mayor parte del tiempo enrabietado. Casi como lo estaba en Argentina. Casi. Le conté que el personaje más popular –aclarándole que lo de popular no tenía nada que ver con el Partido Popular, bastante impopular según las encuestas-, era un tal Pablo Iglesias, que me recordaba en gestos, palabrerío, y solemne impostura de rebelde incorruptible, al mejor –o peor- estilo de aquellos “compañeros revolucionarios” de nuestra juventud. Como si hubiesen metido en una máquina del tiempo –ojalá fuese así, y no desaparecidos como trágicamente están-, a tantos muchachos que solían venir por casa a tomar mate y enzarzarse en largas discusiones con mi padre, también de izquierdas, también peronista, regañándole por su escepticismo: ¡que cómo podía dudar que la revolución estaba a la vuelta de la esquina! Recuerdo sus rostros iluminados por una ilusión y una energía de la que era difícil abstraerse, aún siendo un pibe de doce o trece años con bolitas en los bolsillos y las rodillas sucias como lo era yo por ese entonces. Iguales argumentos, igual enjundia, igual soberbia frente a las generaciones para ellos ya superadas definitivamente por la historia. Burgueses, bah. La masa reclamaba de sus servicios, y ellos dispuestos a liderar el cambio.
Hasta la estética, le dije. Gafitas, pelo largo –con coleta-, un aspecto casual. De gente a la que supuestamente no le importa nada de nada la vestimenta. Están en algo superior, más noble, altruista y sobre todo trascendente a niveles cósmicos. Vienen a por la “casta”.
¿Qué es eso de la “casta? Me preguntó. Pues la dirigencia política toda, le dije. Y la sindical, y en general todo lo que no sean ellos. Le insinué el parecido con sus antiguos amigos, aunque con la salvedad que sabíamos ambos: sus amigos se jugaron la vida –equivocados o no-, y la perdieron. Estos neo “revolucionarios” son producto de épocas de holgura económica y nuevas tecnologías. Hijos de una patria de ladrillos y créditos fáciles, salidos de círculos universitarios de pequeños burgueses que han vivido, en su gran mayoría, entre los sudores de sus padres y las becas, y también bajo el ala de partidos políticos –PSOE, Izquierda Unida-, que ellos  -luego de haberles servido de agitprop durante años-, piensan cargarse. Cría cuervos, dirían.
¿Y el PSOE? Le expliqué lo que se sabe por los medios: son, hoy por hoy, una bolsa de gatos debatiéndose entre quitarse el lastre de figuras corruptas, pugnas internas para liderar un futuro gobierno tras un posible y más que probable derrumbe electoral del PP, y el pánico por la ascensión de ese movimiento llamado Podemos. Extendiendo inconfesables redes de contacto con éstos para un hipotético pacto de izquierdas, aunque por momentos tratan de imitar sus tics populistas con mensajes más o menos plagiarios, a ver si llegan al poder por sí mismos, otra vez.
Y sí, la gente está hasta las narices de discursos, el paro sigue en la estratósfera, y el estado ausente no da una mínima respuesta concreta a las necesidades diarias de los ciudadanos más desprotegidos. Familias enteras. Cientos de miles. La precariedad laboral avanza subida al carro del “verso” de que eso generará trabajo. Los desahucios aumentan para engorde de usureros y banqueros, que son lo mismo con diferente escenario. La ley está de su parte. Y el estado, como te digo, ausente. O peor, los encargados de dirigir ese Estado tienen demasiadas deudas con ellos, los banqueros. O son, o han sido socios. Sí, corrupción. Sí, como en Argentina.
En eso ni tiene que mentir Podemos. Y por eso su “ideario” se asemeja al de Chávez, de Venezuela, latinoamericano, –aunque valdría también el de Chaves de Andalucía, mucho subsidio, voto cautivo y al que esté en contra, ni agua. Clientelismo, nepotismo, autoritarismo…-¿Entonces qué? Y qué sé yo, Mauricio. ¿Elegir lo menos peor? ¿Y cuál es?
Si además con tan poco rodaje a varios dirigentes de Podemos, y aliados de Izquierda Unida –hoy más que nunca Hundida-, se les empieza a ver los pelos de “casta”. Pequeñas corrupciones, proporcionales al “poder” que han tenido. Pero su discurso sigue siendo aceptado por buena parte de la población. Con razón. Su discurso.
La gente al menos quiere una voz que grite lo que todos sabemos, como decía aquella canción de Charly García: “¡La grasa de las capitales no se banca más!”.
Aunque mucho antes lo cantaba Antonio Machado, y bien claro: una España de charanga y pandereta.
¿Qué están metiendo presos a muchos? Bueno, no tantos. Ya sabés, cabezas de turcos hay en todos lados. Sí, sí, algunos son muy conocidos. También sus delitos son demasiado conocidos. Pero recordarás lo que decía Martín Fierro: todos los paisanos son buenos pero el poncho no aparece. Acá la guita no aparece. Van presos, o están en causas penales, pero el dinero se esfumó. Y ni rastros. Dicen.

Bueno, pero ya te iré contando más. A ver, decime algo vos de allá, alegrame el día ¿qué tal Buenos Aires?

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