sábado, 1 de octubre de 2011

OBSEXIONES: Eiffel, la más grande

Hay gente que me ha dicho, a raíz de las últimas publicaciones –“entradas”, para decirlo con propiedad-, que éstas son una tontería. También hubo quienes las elogiaron. Pero lo más llamativo, para mí, es que unos y otros las han leído. Muchos de los cuales no leían ninguna de mis “sesudas reflexiones”. ¿Por qué será, no? Es, al fin, lo que aquel productor televisivo que mencioné en la primera “obsexiones”, declaraba a un periódico: el sexo tiene mucho rating. ¡Vaya descubrimiento!
Te puede gustar tal o cual música; tal o cual género literario; tal película, paisaje, mueble, inmueble, religión, ideología, yerba –pensaba en la yerba mate, pero ustedes elijan la que quieran, da igual-; tal o cual vino, comida…lo que sea: sin sexo todo sabe a poco. Y no me refiero solo al sexo explicito que en sí es bastante limitado –para los que somos “normalitos”-, sino al más vasto: el imaginario. El del deseo. ¿Qué sería del psicoanálisis sin el sexo? ¿Eh?
Por no hablar de las putas, oficio antiguo si los hay. Toda una tradición. Otra que los toros. Cuántos se han tragado unas buenas criadillas de toro con la vana ilusión de ingerir el gran elixir afrodisiaco. Y lo de afro me lleva a otra “larga” fantasía, tanto masculina como femenina. Muchas y muchos salieron defraudados del cine después de ver “Africa mía”. Sí, lo mismo que contaba ese cómico con lo de Clint Eastwood y los “Puentes de Madison”. Siempre parece una tontería pero a los hechos me remito. La fantasía no sabe de límites. Si no sería…una realidad. La cuestión es que a la leyenda –y no tan leyenda- de las enormes protuberancias genitales de los machos africanos, de raza negra para más datos, humanos, claro. Se suma la de las nalgas de las mujeres de la zona, turgentes, sólidas, resistentes a la celulitis y a otras afecciones más o menos comunes entre las mujeres occidentales, blancas, como ¿la flacidez? Bueno, pero este no era el punto. Pretendía hablar de los mitos –y no tan mitos- que no dejamos de mencionar durante al menos un par de horas al día, todos los días. No dos horas seguidas, aunque a veces sí. Si no intermitentemente con frases más o menos así: “Se hizo la picha un lío”. ¿Qué significa esto? ¿Qué la tenía tan larga que se le ha hecho un nudo? O “Ese negro tiene tres piernas” ¡Epa! Y si tiene qué. Es su problema. Qué es eso de meternos en la intimidad de los demás. El tema es nombrar, aún sin nombrarlo, el defecto o la virtud según los centímetros. Algunos pensarán que esto sucede en ámbitos de cretinos y maleantes. No, no, qué bah. Pasa en todas las clases sociales. En sectores más cultos disimulan mejor y hasta usan palabras extravagantes, pero les aseguro que la dedicación es la misma.
Si se le consulta a una mujer, de cualquier estrato social, sobre el tema, seguro dirá lo siguiente:
-¡No! El tamaño no importa, ese es un mito de ustedes, los hombres…Nosotras con unos buenos mimos, una buena conversación, una buena actitud, unos bombones o flores…
Bla, bla, bla, bla, bla, bla, y más bla, bla, bla…
La verdad es que si además rematas la noche –o el día-, después de un romántico paseo, y una buena conversación, y una buena actitud, y bombones y/o flores, con una “generosa” sorpresa, no te van a decir:
-¡No te hubieses molestado! Con las rabas a la romana y el vinito blanco era suficiente…
Para ser honestos, ellas tienen mucha razón en una cosa: nadie se enamora de un fragmento de otra persona. Aunque en algunos el fragmento pueda llevar un buen porcentaje del total. Me entienden. Y además hay otro factor. Uno común a todos, y a todas. Sí, el dinero. Pequeño gran detalle. Es un comodín que “estira” las propiedades de las que nos dotó la madre naturaleza, aunque solo sea de un modo semántico. Que no seméntico como les gustaría a tantos. Y por eso me he informado para relatarles la siguiente anécdota:
Se dice en ciertos libros biográficos –de unos biógrafos muy meticulosos, pero poco fiables, la verdad-, que el señor Eiffel, el de la torre de Paris, “sufría de un complejo de inferioridad por la notable –palabra contradictoria para su descripción, pero así lo apuntó un tal Francois Dummond o Drummond, porque hay dos libros similares en los que varía el apellido, aunque en ambos se lo cita como biógrafo- delgadez de su pene, amén de conciso”. O sea que la tenía re chiquita el tal Eiffel. Para resumir el extenso y profuso texto, colmado de abundantes detalles a cual más intrascendente, el hombre, luego de construir su legendaria obra metálica, vivió sus horas más felices rodeado de gente que le sobaba el oído con este halago: “La tuya es la más grande”. Y lo fue. Y aún mucho después de su muerte. Cosa verdaderamente insólita. Pero como decía Woody Allen: “los records están para ser superados”. Entonces un tal Van Alen, que no tiene nada que ver con Van Halen y el heavy metal, construyó el edificio Chrysler en Manhattan. Por un año, lo que duró su nueva marca, la tuvo más grande que el resto. Hay gente para la cual lo único importante es el tamaño.
En lo que a mí respecta, espero que esta “entrada” no le duela a nadie. Y que no pase inadvertida, porque eso sí que duele.

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