miércoles, 12 de octubre de 2011

DECALOGO MACHO: Qué queremos los hombres, de ellas.

Lo que escribiré a continuación no pretende ser nada original, qué bah, son más bien tópicos pero como lo que abunda no daña, dicen, no está demás si sirve para echar un poco de luz. Por echar algo. Que por ahí van los tiros. Los nuestros. “¡Macho!”, dijo la partera.
Antes de nada, y para entrar de lleno en los puntos esenciales, los hombres queremos que ellas siempre estén disponibles. Ya me entienden, disponibles…Es una cosa primitiva, ya lo sé, pero es lo que hay. Todavía, miles de años después. Como ya lo describí más “largamente” en anteriores entradas: el que manda es “EL”. Con mayúsculas. Si nos quieren tener contentos tienen que darle de tanto en tanto el gusto. Más de tanto que “de tanto en tanto”. Por lo demás estamos para servirlas, siempre y cuando no juegue nuestro equipo favorito, eso es bastante sagrado. Ellas saben ¡y vaya si lo saben! Que para nosotros el sexo es lo primero. Y lo segundo, y lo tercero. Aunque a determinadas edades lo segundo ya es una tarea improbable. Y peligrosa. En fin, he aquí una breve enumeración de -esta vez sí- pretenciosa y secular fantasía masculina, una utopía…tras otra.
PRIMERO: Que no nos recriminen por mear fuera de taza del wáter. Les explico a las que no lo sabían: (ya sé que les da igual las razones, pero a lo mejor pillo a alguna distraída, y le hago un favor a un amigo, o no) Cuando nos levantamos se suele levantar también el mozo, está tenso, y tan atontado como su portador. Lo cual hace muy difícil direccionar con exactitud su desahogo. Y más aún contener la densidad de éste. ¿Han visto las regaderas de los parques? Tienen el grueso del fluido en un sentido bien definido. Visto de lejos es casi perfecto. Pero según nos acercamos vemos que de la boca de salida surge un rocío que nos acaba mojando los pies. Tal cual. En especial de mañana, estando medio dormidos. Y de noche, si estamos medio borrachos. Deberíamos limpiar, y lo haríamos si nos quedara tiempo entre mirarlo, saludarlo, sacudirlo, embolsarlo y desperezarnos aliviados. Como lo que cae al suelo lo pisamos sin darle mucha trascendencia, aunque esté húmedo y nosotros descalzos (siempre hay cierta humedad en el suelo del baño, no sé por qué). Luego posamos nuestras manazas en el lavabo para tratar de reconocernos en el espejo, nos restregamos los ojos, bostezamos o eructamos, o ambas cosas, nos rascamos el culo, nos picamos la nariz para quitar algún moco molesto y finalmente abrimos el grifo y nos lavamos las manos. Lo primero que pensamos es que tenemos que afeitarnos. Y esa obligación ya nos pone de mal humor.
Ya ven, mujeres, que lo nuestro no es fácil.
De los momentos posteriores a la mañana, o anteriores a la borrachera nocturna, no se me ha ocurrido ningún pretexto. Pero, tranquilas, que lo hay, seguro, siempre…ya pensaré en algo. Esto es solo una síntesis, eh, que no pretendo escribir una enciclopedia, faltaba más.
SEGUNDO: Queremos que se vistan “sexis” en casa. Y que salgan a la calle, aunque tengan que llevar sus currículos a la “Stándard Oil”, como si estuviesen en casa, no “sexis” si no más bien lo contrario y si le agregan ese rictus de odio que se les queda después de haber visto la taza del wáter, mejor. Mucho mejor.
TERCERO: Que no nos acosen con reproches justo en el momento en el que juega nuestro equipo favorito. Es de cajón, para apostar y no perder, que siempre que estamos subyugados por un jugadón que puede acabar en gol, en vez de ver de cerca las piernas que llevan el balón, nos sorprenden las piernas –bonitas, sí muy bonitas- de ellas, entre nosotros y la pantalla de la televisión. Y sus voces: “¡Desde mañana el baño lo limpias tú!”.
Y no les basta que le digamos “sí, sí”, instintivamente mientras manoteamos el aire sugiriéndoles que se aparten, o que inclinemos nuestras cabezas buscando un hueco, no. Ellas, brazos en jarra nos clavaran sus miradas para que las miremos a los ojos, para asegurarse que les prestamos verdadera atención. Es en ese preciso momento en el que escuchamos: “¡Gooooool!” . Y como no veíamos, no sabemos si es a favor o en contra. Ahí, ellas sí giran sus cabezas y miran. Y dejándonos como un estropajo nos dicen, yéndose satisfechas: “Después lo repiten en las noticias”. ¡Pero no es lo mismo! Esto está en directo. Y nos lo perdimos.
ANEXO AL PUNTO SEGUNDO: Sí, queremos que se vistan “sexis” cuando salen…con nosotros.
Por eso:
CUARTO: Que no nos pregunten cien veces: “¿Estoy bien así?”. Nunca vamos a coincidir. Ellas esperan a que les demos una respuesta desde un punto de vista femenino ¡pero si tuviésemos ese punto de vista tan pronunciado seríamos gays! Ellas están pensando en detalles que verán o presumen que verán otras congéneres, aparte de los hombres, pero por sobre todo la “competencia”. Y en eso no tenemos la más pálida idea.
Ellas realizan una carambola con sus pensamientos, más o menos así: piensan qué pensará fulana que piensa zutano que vino con mengana, cuando me mira el escote. Por ejemplo. Y hasta “qué piensa fulana…” la seguimos, luego, imposible. Porque a no confundirse, amigos: ellas piensan “en” nosotros, no lo piensan “como” nosotros. Y la diferencia es esta: los hombres exhibimos un “trofeo”, mientras que ellas imaginan una galería y en la galería el reflejo de sus siluetas en los cristales de los escaparates donde se exhiben trofeos, y comparan mentalmente las otras siluetas reflejadas y el brillo de los ojos de los hombres que buscan los escotes, sin dejar, ellas, de comparar otros escotes y criticar los “trofeos” exhibidos por marmotas como uno. ¿A qué es complicado? ¿A qué marea un poco? Yo tampoco sé cómo lo hacen, pero lo hacen.
QUINTO: Que estén siempre “disponibles”…¿Qué ya lo dije?...bueno, entonces…corrijo:
QUINTO: Que no nos pidan que hagamos orden y/o limpieza “como ellas”. Para nosotros lo que no se ve, no se ve. Por ejemplo, la parte de atrás de los libros en las estanterías. O la parte superior de los libros en los estantes más altos ¿quién mira ahí? Nadie. Salvo que saquemos uno no lo notamos. Y si tiene un poco de polvo, con soplar, asunto arreglado. Con las sábanas lo mismo ¿quién se da cuenta que no están bien tendidas? Ni siquiera uno al acostarse nota la diferencia, ¿no? Bueno, ellas sí. Aunque las arrugas estén de “nuestro” lado. Uno se entera que ellas lo saben cuando comienzan a tironear de un modo nervioso por debajo de la almohada, la nuestra. Y en el momento en el que empezábamos a quedarnos dormidos.
El baño ¡santuario si los hay! ¿Limpiarlo? Claro, por qué no. Alguna vez, por supuesto. Pero el remedio es peor que la enfermedad. Una cosa es que te digan: “¡Mañana el baño lo limpias tú!”, y otra, muy distinta: “¿Y el espejo? ¿No le has pasado el limpiacristales nuevo que compré? ¿Cómo que no sabes dónde está? Está ahí, junto a los productos de limpieza ¿Cómo que cuál es? ¿Eres tonto? ¡El que dice limpiacristales!”.
Ni habíamos mirado, la verdad.
“¿Y la taza del wáter?”. Ya estamos de nuevo. “¿Para qué tenemos ese trapo, con los guantes de goma..? ¡Ay! La bañera llena de pelos…”
-He pasado la fregona…-, alegamos tímidamente.
“¿La fregona? Pero si es que no has barrido antes (¡Ups! Había que barrer)…¿Le has echado desinfectante al agua, por lo menos?”. No, no, se lo echamos. Así que finalmente llega la eterna frase: “¡Para limpiar “así” mejor no hubieses hecho nada!”.
Exacto. Si de eso hablaba yo.
Pero entonces vienen otras tareas, puesto que en las anteriores demostramos nuestra estupenda inutilidad.
-El grifo pierde…a ver cuándo lo arreglas…
Ese “a ver” es ya.
Y nosotros: “¿Qué grifo?”. Ah, ése…
Una gotita de mierda que no molesta a nadie. Solo a ellas.
-Mira la marca que ha hecho en el costado del fregadero…-, dramatizan. Y lo hacen a las mil maravillas.
¿Qué “marca”? Uno la verdad que no ve nada. Pero seguro que está “marcado”. Si lo dice así.
A buscar la llave inglesa…y toda la caja de herramientas, porque nunca se sabe. Además, si no la montamos bien grande no estamos tranquilos. Ahí sacamos pecho, a lo macho, cuando empezamos a desparramar toda clase de artilugios metálicos. Y sucios. Entonces nos advierten:
-Después limpias todo eso, eh…y no apoyes esas “cosas” en la encimera, ponlas en el suelo…
Es que nos quedan lejos, si nos falta algo tenemos que estar agachándonos todo el tiempo. No, no lo entienden.
-…y pon un plástico debajo.
¿Y de dónde saco yo un plástico ahora? Pensamos mirando a todos lados, desorientados.
Y ellas saben que ya nos han puesto en aprietos. Creo que lo disfrutan. Entonces, sacudiendo la cabeza con fastidio, nos dan un hule todo dobladito que guardaban en un cajón de la cocina que no sabíamos que existía. El cajón. Ni el hule tampoco.
-Usa esto…
Sentimos que el tiempo se nos va, inútilmente. Podíamos haber estado haciendo nada, que es lo que mejor se nos da, aún con el eco de unos rezongos a nuestro alrededor. Y se nos seguirá yendo el tiempo, luego, reordenando el desorden que organizamos, dejando huellas de dedos por cantidad de sitios que serán pasto de futuras reclamaciones. ¡Vaya uno a saber qué productos usarán ellas para quitar esas marquitas en tan variadas superficies! Si cuando ya aprendimos que el embase de “etiqueta verde” servía para limpiar “única y exclusivamente, y con un chorrito así, ves…” el lavabo ¡Saz! Ya compraron otro de “etiqueta azul” y pico encorvado: “Este es igual que el de “etiqueta amarilla” que compré el mes pasado, y es diez céntimos más barato ¿sabes?..”. Ajá. “…y si le echas menos, así, dos gotitas, rinde lo mismo, ves…”. Ajá. “El de los muebles es este, ves que dice para madera…”. Ajá. “…no uses el de “etiqueta roja” porque le quita brillo, déjalo para los estantes, los de ahí arriba, de los libros…”. Ajá, así que “ahí” sí, ajá. Yo creo que intuyen que toda esa información que nos dan es gastar pólvora en chimangos. Es más, estoy convencido de que se lo repiten para ellas mismas, es una gimnasia mental. Es el modo en que mantienen ágil y lubricado el laberinto físico y virtual de sus cerebros. Esa inmensa autopista por donde circulan a altísima velocidad infinidad de vehículos cargados de notas de los niños, facturas nuestras, toneladas de comestibles, miríadas de productos de limpieza, sus precios, las caras de las cajeras de los supermercados, y la gotera del grifo, y la marca que dejó la gotera…y la taza del wáter…y el universo…
¿Cómo no les va doler la cabeza? Claro. A quién no. Bueno, a nosotros no.
Y eso parece ser el motivo, creo, ahora que lo pienso, de llegar tan agotadas al final del día….¡Justo cuando por fin las tenemos a mano!…¡disponibles! Solo faltaría que además estuviesen dispuestas, y eso ya sería la bomba.
Que sin lugar a dudas es lo que más queremos los hombres. De ellas.

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