Me lo dijo un tipo, que decía ser
abogado. Por los años y la mirada creo
que tenía más experiencia propia que la adquirida a través de sus clientes.
Luego corroboré que era así. Me dijo: Hagas lo que hagas siempre serás un hijo de
puta. Te hayas ido como te hayas ido. O te hayan ido. Te hayas llevado o no
cualquier cosa. Te espere una amante o la soledad más absoluta. Le dejes deudas
o fortuna. Te haya arrastrado el alcohol, el sexo, el juego, o un tumor en el
cerebro. Da igual: has sido, eres y serás por los siglos de los siglos: un
reverendo hijo de la gran puta.
Por no querer, por no querer
seguir queriendo, por no aguantar, por no tener huevos suficientes. Por creer
que los tienes en grandes dimensiones. Por concretar lo que se presumía y se
reprochaba que no lo hicieras de una bendita vez. Por decidir por ti mismo…
No hay manera.
Entre diálogos, acuerdos,
momentos de agradable franqueza, comprensiones compartidas, antes o después, tu
verdadero nombre, ahora el definitivo, asomará en cada reunión, en las que no
estarás presente, con toda su contundencia, y elocuencia: Fulano, el hijo de
puta. O el hijo de puta de fulano. Invariablemente.
Si te ha ido mal, si te ha ido
bien, si te hundes en las más horrorosas incertidumbres; si aciertas, al fin, y
el destino te lleva a un abrazo desinteresado o a las fauces amorosas de una
perfecta desconocida. Igual: serás el hijo de puta.
Aunque los pelos de ogro comiencen a blanquear o se
evidencien irreparables calvas en el lomo de bestia, como sea serás un ogro. Aunque
este estado, el de animal, seda paso con el tiempo a una persona –difícil pero
posible-, lo que no va cambiar es esa denominación de origen grabada en tu
frente por la bruja –ellas sí que
cambian, hasta convertirse en dulcísimas damas, ya verás, también me dijo-. Lo
que las delata es la boca ¡ay sus bocas! Tendrán siempre una memoria selectiva
y antes de mencionar tu nombre dirán, a pesar de ellas mismas a veces, un hijo
de puta casi deletreado: hi-jo-de-ppppu-ta. Así arrastrando la p casi con
deleite. Matando dos pájaros de un tiro: te putea a ti y a tu madre. No, no hay
eufemismos ni simplificaciones. No dice el canalla, el crápula, el jodido, el
maricón. No, te menciona con nombre y apellido: hijo de puta. Y la referencia a
tu madre no es antojadiza ¡qué bah! Expresa el odio a lo que eres, para ella, y
a tus raíces más íntimas. Es más hiriente. Es una brochete infinita y caníbal.
No te resistas, me dijo, no te
esfuerces en mejorar lo irremediable. La fuerza de la naturaleza femenina es de
una potencia arrolladora. Te morderá, te pellizcará, te escupirá el hijo de
puta allí donde te encuentres. Y con quien estés. Y si estás con más ahínco.
Tratará de que el hijo de puta llegue a los oídos de tu compañía, sea ésta
mujer o no, íntima o no, no importa. Intentará hacerte sentir culpable, lo seas
o no. Y si tienes un mínimo de culpa te la apretará como un grano en tu culo.
El hijo de puta lleva una culpa implícita y totalmente individual: la tuya,
hijo de puta.
Y la de tu madre.
No importa tampoco lo que hayas
hecho antes. Si antes eras un pobre infeliz, ahora eres, y serás, un hijo de
puta. No quisiste morir como infeliz, morirás como un hijo de puta.
Y la culpa es toda tuya, hijo de
puta.
Hay una solución poco probable,
por no decir imposible: un trasplante de cerebro –el tuyo-. O un tratamiento
que borre parcialmente la memoria –la tuya-. Al menos no sabrás por qué o quién
te grita o susurra un hijo de puta con tanta vehemencia. Pero todo esto aún no
se ha comprobado científicamente. Lo hicieron con bichos, pero los resultados
han sido por así decir, poco menos que tremendos fracasos. No lo recomiendo.
Así que, me dijo finalmente el
tipo, la cura o el remedio al menos temporal para estos casos, es el siguiente:
Consiste en un ejercicio realizado durante siglos por hombres de distintas
latitudes y clases sociales diversas, en algunos casos hasta han sido más que
satisfactorios, hay mucha bibliografía al respecto:
Ser un verdadero hijo de puta.
¿En qué consiste? Pues muy
simple, aunque hay que tener, como diríamos, un par de..ya sabes, mucho
temperamento, mucha decisión y sobre todo fe. Fe en ti mismo, digo.
Procedimientos: Que te gustan las
mujeres ¡a por ellas! Que te beberías tal vino o tal whisky hasta caer redondo
del pedo ¡pues hasta la última gota! Que te has quedado sin trabajo –por andar
de copas o de putas-, y no llegas a pasar la mensualidad o el magro euro que
deberías ¡pues no tengo, no has oído, n-o-t-e-n-g-o! ¿Que si tengo para el
tabaco? ¡Por supuesto! ¡Y para el copón también! ¡Y para condones! ¿No soy el
hijo de puta? ¡Pues ahí tienes!
Ajá, le dije al abogado. Y a ti
te ha resultado, le pregunté.
-¿Qué cosa?-, me repreguntó para
mi asombro.
-Y…ser un hijo de puta…verdadero.
-La verdad que no lo he
intentado…es que yo, honestamente, ya no estoy en edad de hacer el tonto.
EL CLUB DE LOS HIJOS DE PUTAS
De a pares, tríos, cuartetos.
Echando pestes, interrumpiéndose para agregar una coma, un punto, un acento, o
una parrafada que el resto asentirá con una mirada a un cielo raso descascarillado,
o un sacudón de cabeza eléctrico como si le tocaran el culo. No importa el qué
o el cómo, ni el cuánto de cada uno. Todos llevan grabadas en sus frentes una
firma, una inequívoca frasecita incandescente: hijo de una gran puta. Las
caligrafías varían por personaje como si fuesen grafitis dolorosos, tatuajes
hechos a mansalva. Bueno, no a todos les duele. Algunos lo lucen con un extraño
orgullo. Al igual que los veteranos de guerra muestran con altanería sus viejas
heridas, las cicatrices elocuentes de durísimas batallas y la satisfacción de
haber sobrevivido a ellas, las heridas. En muchos casos la frase está como sobrescrita
como si se la hubiesen tallado distintas personas. O la misma en diferentes
ocasiones. Todos llevan el estigma. Ganado a pulso o de rebote. Da igual. Así
se reconoce un colega con otro. Aún en la penumbra de una callejuela.
Pertenecen al mismo club. Para siempre. Es cierto que los idiomas varían, pero
en chino o indostaní, español o sueco, el que sea, el contenido es idéntico. Con
más énfasis, con sutileza, adjetivos más o menos groseros, el hijo de puta es
el principio o el fin. El leitmotiv. Quizá en chino suene más poético. Pero
quiere decir hijo de puta, también.
Son manuscritos penosos pero no se
relacionan necesariamente con los hijos de puta de la política, los hijos de
puta de la bolsa, o los hijos de puta comunes: violadores, maltratadores, ladrones,
usureros, sindicalistas, religiosos, deportistas, etcétera. No. Estos hijos de
puta lamentables son gente de lo más…normal.
Separados o divorciados por las
buenas o las malas. En el más amplio sentido. Lo de las buenas y las malas. Y
la letra de sus ex se lee sin mácula.
Las reuniones suelen ser
espontáneas y los relatos quejumbrosos. Poblados de excusas, justificaciones y
lamentos. No es necesaria ninguna credencial para ingresar a éste nada selecto
club. Ni ningún tipo de abono. Se presume que todos o casi todos ya abonaron lo
suficiente, por anticipado, y si está en óptimas condiciones para ser socio es
porque ya exhibe una ruinosa foto carnet de pobre infeliz. Sin foto. Es cierto
que con todo, igualmente, muchos sonríen a la cámara con una soberbia mirada de
huérfanos ancianos. De esas que luego ponen en sus perfiles de Facebook.
¿De qué se habla en estos
encuentros? Pues de todo. Todo lo fatal que le ha sucedido a cada uno. Si hay
hijos muchos ilustraran sus palabras mostrándoles al resto las fotitos que
guarda en la cartera evitando mencionar lo evidente: se parecen a la madre. Y
sí. Se parecen. Mucho.
Si no los hay enseñarán la de su
perro. Que se quedó con la que firma su frente. Y sí. Ese se parece a él.
Igualito.
Lo bueno de este club es que no
tiene sede social. Cualquier sitio puede servir de lugar de confesión: un bar,
la oficina, el rellano de la escalera de la comunidad, la plaza, el cajero
automático, la cola en las oficinas de empleo.
La cárcel.
O el velorio de algún socio.
Están como en cualquier club, los
veteranos y los novatos. También los reincidentes, esto es se fueron del club
sin aviso y un día reaparecen más resabiados, excitados como si los hubiese
perseguido un mastín o magullados pero con la sonrisa tonta de quien se ha
fumado un porro demasiado espeso a profundas e ininterrumpidas caladas. El
resto sabe que el efecto se le va a ir muy pronto y su próximo relato será más
penoso que antes de su partida. Aunque intente justificar su desventura con las
imágenes que guarda en el móvil de su nueva ex. Lo peor: son las tachaduras de
la firma anterior con la intención de que se imponga la nueva talladura. El “hijo
de puta” se ve como deforme. Pero se ve, claro. Y a la distancia.
No hay problema. Siempre serán
acogidos con el rescoldo fraterno de hermanos en desgracia. Como desventurados
machos que son.
Como ángeles caídos de un falso
cielo de tradiciones.
Como aguerridos caballeros
lanceados en plena…plenitud.
Como lo que son, fueron y serán
hasta el fin de los tiempos: unos genuinos ¡hijos de putas!
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