miércoles, 22 de octubre de 2014

EL CLUB DE LOS HIJOS DE PUTAS

Me lo dijo un tipo, que decía ser abogado. Por los años y la mirada  creo que tenía más experiencia propia que la adquirida a través de sus clientes. Luego corroboré que era así. Me dijo: Hagas lo que hagas siempre serás un hijo de puta. Te hayas ido como te hayas ido. O te hayan ido. Te hayas llevado o no cualquier cosa. Te espere una amante o la soledad más absoluta. Le dejes deudas o fortuna. Te haya arrastrado el alcohol, el sexo, el juego, o un tumor en el cerebro. Da igual: has sido, eres y serás por los siglos de los siglos: un reverendo hijo de la gran puta.
Por no querer, por no querer seguir queriendo, por no aguantar, por no tener huevos suficientes. Por creer que los tienes en grandes dimensiones. Por concretar lo que se presumía y se reprochaba que no lo hicieras de una bendita vez. Por decidir por ti mismo…
No hay manera.
Entre diálogos, acuerdos, momentos de agradable franqueza, comprensiones compartidas, antes o después, tu verdadero nombre, ahora el definitivo, asomará en cada reunión, en las que no estarás presente, con toda su contundencia, y elocuencia: Fulano, el hijo de puta. O el hijo de puta de fulano. Invariablemente.
Si te ha ido mal, si te ha ido bien, si te hundes en las más horrorosas incertidumbres; si aciertas, al fin, y el destino te lleva a un abrazo desinteresado o a las fauces amorosas de una perfecta desconocida. Igual: serás el hijo de puta.
Aunque los pelos de ogro comiencen a blanquear o se evidencien irreparables calvas en el lomo de bestia, como sea serás un ogro. Aunque este estado, el de animal, seda paso con el tiempo a una persona –difícil pero posible-, lo que no va cambiar es esa denominación de origen grabada en tu frente por la bruja –ellas sí que cambian, hasta convertirse en dulcísimas damas, ya verás, también me dijo-. Lo que las delata es la boca ¡ay sus bocas! Tendrán siempre una memoria selectiva y antes de mencionar tu nombre dirán, a pesar de ellas mismas a veces, un hijo de puta casi deletreado: hi-jo-de-ppppu-ta. Así arrastrando la p casi con deleite. Matando dos pájaros de un tiro: te putea a ti y a tu madre. No, no hay eufemismos ni simplificaciones. No dice el canalla, el crápula, el jodido, el maricón. No, te menciona con nombre y apellido: hijo de puta. Y la referencia a tu madre no es antojadiza ¡qué bah! Expresa el odio a lo que eres, para ella, y a tus raíces más íntimas. Es más hiriente. Es una brochete infinita y caníbal.
No te resistas, me dijo, no te esfuerces en mejorar lo irremediable. La fuerza de la naturaleza femenina es de una potencia arrolladora. Te morderá, te pellizcará, te escupirá el hijo de puta allí donde te encuentres. Y con quien estés. Y si estás con más ahínco. Tratará de que el hijo de puta llegue a los oídos de tu compañía, sea ésta mujer o no, íntima o no, no importa. Intentará hacerte sentir culpable, lo seas o no. Y si tienes un mínimo de culpa te la apretará como un grano en tu culo. El hijo de puta lleva una culpa implícita y totalmente individual: la tuya, hijo de puta.
Y la de tu madre.
No importa tampoco lo que hayas hecho antes. Si antes eras un pobre infeliz, ahora eres, y serás, un hijo de puta. No quisiste morir como infeliz, morirás como un hijo de puta.
Y la culpa es toda tuya, hijo de puta.
Hay una solución poco probable, por no decir imposible: un trasplante de cerebro –el tuyo-. O un tratamiento que borre parcialmente la memoria –la tuya-. Al menos no sabrás por qué o quién te grita o susurra un hijo de puta con tanta vehemencia. Pero todo esto aún no se ha comprobado científicamente. Lo hicieron con bichos, pero los resultados han sido por así decir, poco menos que tremendos fracasos.  No lo recomiendo.
Así que, me dijo finalmente el tipo, la cura o el remedio al menos temporal para estos casos, es el siguiente: Consiste en un ejercicio realizado durante siglos por hombres de distintas latitudes y clases sociales diversas, en algunos casos hasta han sido más que satisfactorios, hay mucha bibliografía al respecto:
Ser un verdadero hijo de puta.
¿En qué consiste? Pues muy simple, aunque hay que tener, como diríamos, un par de..ya sabes, mucho temperamento, mucha decisión y sobre todo fe. Fe en ti mismo, digo.
Procedimientos: Que te gustan las mujeres ¡a por ellas! Que te beberías tal vino o tal whisky hasta caer redondo del pedo ¡pues hasta la última gota! Que te has quedado sin trabajo –por andar de copas o de putas-, y no llegas a pasar la mensualidad o el magro euro que deberías ¡pues no tengo, no has oído, n-o-t-e-n-g-o! ¿Que si tengo para el tabaco? ¡Por supuesto! ¡Y para el copón también! ¡Y para condones! ¿No soy el hijo de puta? ¡Pues ahí tienes!
Ajá, le dije al abogado. Y a ti te ha resultado, le pregunté.
-¿Qué cosa?-, me repreguntó para mi asombro.
-Y…ser un hijo de puta…verdadero.
-La verdad que no lo he intentado…es que yo, honestamente, ya no estoy en edad de hacer el tonto.

EL CLUB DE LOS HIJOS DE PUTAS

De a pares, tríos, cuartetos. Echando pestes, interrumpiéndose para agregar una coma, un punto, un acento, o una parrafada que el resto asentirá con una mirada a un cielo raso descascarillado, o un sacudón de cabeza eléctrico como si le tocaran el culo. No importa el qué o el cómo, ni el cuánto de cada uno. Todos llevan grabadas en sus frentes una firma, una inequívoca frasecita incandescente: hijo de una gran puta. Las caligrafías varían por personaje como si fuesen grafitis dolorosos, tatuajes hechos a mansalva. Bueno, no a todos les duele. Algunos lo lucen con un extraño orgullo. Al igual que los veteranos de guerra muestran con altanería sus viejas heridas, las cicatrices elocuentes de durísimas batallas y la satisfacción de haber sobrevivido a ellas, las heridas. En muchos casos la frase está como sobrescrita como si se la hubiesen tallado distintas personas. O la misma en diferentes ocasiones. Todos llevan el estigma. Ganado a pulso o de rebote. Da igual. Así se reconoce un colega con otro. Aún en la penumbra de una callejuela. Pertenecen al mismo club. Para siempre. Es cierto que los idiomas varían, pero en chino o indostaní, español o sueco, el que sea, el contenido es idéntico. Con más énfasis, con sutileza, adjetivos más o menos groseros, el hijo de puta es el principio o el fin. El leitmotiv. Quizá en chino suene más poético. Pero quiere decir hijo de puta, también.
Son manuscritos penosos pero no se relacionan necesariamente con los hijos de puta de la política, los hijos de puta de la bolsa, o los hijos de puta comunes: violadores, maltratadores, ladrones, usureros, sindicalistas, religiosos, deportistas, etcétera. No. Estos hijos de puta lamentables son gente de lo más…normal.
Separados o divorciados por las buenas o las malas. En el más amplio sentido. Lo de las buenas y las malas. Y la letra de sus ex se lee sin mácula.
Las reuniones suelen ser espontáneas y los relatos quejumbrosos. Poblados de excusas, justificaciones y lamentos. No es necesaria ninguna credencial para ingresar a éste nada selecto club. Ni ningún tipo de abono. Se presume que todos o casi todos ya abonaron lo suficiente, por anticipado, y si está en óptimas condiciones para ser socio es porque ya exhibe una ruinosa foto carnet de pobre infeliz. Sin foto. Es cierto que con todo, igualmente, muchos sonríen a la cámara con una soberbia mirada de huérfanos ancianos. De esas que luego ponen en sus perfiles de Facebook.
¿De qué se habla en estos encuentros? Pues de todo. Todo lo fatal que le ha sucedido a cada uno. Si hay hijos muchos ilustraran sus palabras mostrándoles al resto las fotitos que guarda en la cartera evitando mencionar lo evidente: se parecen a la madre. Y sí. Se parecen. Mucho.
Si no los hay enseñarán la de su perro. Que se quedó con la que firma su frente. Y sí. Ese se parece a él. Igualito.
Lo bueno de este club es que no tiene sede social. Cualquier sitio puede servir de lugar de confesión: un bar, la oficina, el rellano de la escalera de la comunidad, la plaza, el cajero automático, la cola en las oficinas de empleo.
La cárcel.
O el velorio de algún socio.
Están como en cualquier club, los veteranos y los novatos. También los reincidentes, esto es se fueron del club sin aviso y un día reaparecen más resabiados, excitados como si los hubiese perseguido un mastín o magullados pero con la sonrisa tonta de quien se ha fumado un porro demasiado espeso a profundas e ininterrumpidas caladas. El resto sabe que el efecto se le va a ir muy pronto y su próximo relato será más penoso que antes de su partida. Aunque intente justificar su desventura con las imágenes que guarda en el móvil de su nueva ex. Lo peor: son las tachaduras de la firma anterior con la intención de que se imponga la nueva talladura. El “hijo de puta” se ve como deforme. Pero se ve, claro. Y a la distancia.
No hay problema. Siempre serán acogidos con el rescoldo fraterno de hermanos en desgracia. Como desventurados machos que son.
Como ángeles caídos de un falso cielo de tradiciones.
Como aguerridos caballeros lanceados en plena…plenitud.

Como lo que son, fueron y serán hasta el fin de los tiempos: unos genuinos ¡hijos de putas!

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