sábado, 30 de abril de 2011

El principio...

Nací en 1961. Un buen año para orbitar el planeta, habrá pensado Yuri Gagarin mientras escuchaba a Bob Dylan. Y lo hizo, solo unos días antes que una mujer en un hospital público de Buenos Aires, Argentina, diera a luz a un nuevo argentinito. El padre pensó que sería buena idea ponerle de nombre "Yuri", en honor al cosmonauta que a la sazón miraba a todos como si fuese Dios, desde el cielo. Lo intentaron pero la legislación Argentina, en ese tiempo, no permitía nombres extranjeros, o raros para el empleado que debía anotarlos. Tenía que ser el de un santo o el que se le diese en gana ¡pero argentino, che! Así lo hicieron: Jorge, y de segundo plato: Ernesto. En honor a Guevara, el entonces ministro de la revolución cubana, que no estaba en el cielo pero era comunista también. Mi padre siempre fue de izquierdas. Izquierda peronista. A mi madre en cambio todo eso le daba igual, y tan cristiana y creyente como era, y sigue siendo, a pesar de la ascendencia judía de su marido, además de agnóstico, fue y me bautizó por su cuenta. Cada cual a su bola. Eso hace cincuenta años y mundos atrás.
Y bien digo mundos por que aquel era muy otro al de estos días. Tanto así que existía la Unión Soviética, con kruschev a la cabeza; en EEUU, Kennedy; en Argentina...un tal Frondizi. Fue el año del Racing Club, pero me hicieron de River. En eso, por suerte, mis padres no se dejaron llevar por el marketing del momento. Era el tiempo de la guerra fría y la competencia espacial. Hasta los perros volaban. Tal el caso de la perrita layca -hoy en día se le hubiesen echado encima todas las sociedades protectoras de animales-. A propósito de Layca, recién hace muy poco me enteré que no era un apodo sino la raza. Los rusos le llaman Layca a los Siberian Husky, o eso es lo que me dijo un ruso. De haberlo sabido le hubiese puesto rostro a los ladridos que escuché en un raro disco de plástico que mi padre trajo a casa contándonos que eran los ladridos de la perra Layca desde la nave espacial! Mis hijos y mi mujer se carcajean de esta anécdota. Para ellos son los ladridos de cualquier perro y me vendieron un buzón."Te guiñaron el ojo, papá", me dijo mi hijo, el del medio, mientras se desternillaban de risa. Juá, Juá, mirá como me río. Juá. Rianse todo lo que quieran pero para mí, aún, son los "saludos" de la perrita Layca desde la estratósfera. y además: Layca, de nombre.

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