miércoles, 28 de diciembre de 2011

¡Facebook me mata! -segunda parte- La libertad

¡Qué cantidad de parejas destruidas por el puto Facebook!, exclamó mi amiga, después de recibir telefónicamente el último anuncio de ruptura amorosa. Ya estarían destruidas desde antes, pienso yo, le respondí, dudando de mis propias palabras. ¡No; no, “esto” de Facebook es terrible!, insistió sabiendo detalles que seguro yo ignoraba. ¿Viste lo del tipo ese que echaron del trabajo? ¡Otro! Por poner en su muro: si me saco la lotería de Navidad los mando a todos estos m…a la m…Claro, lo leyeron sus jefes y lo echaron, así nomás, salió en el diario y todo ¿no lo viste?
Bueno, pensé, en estos tiempos hay que ser cuidadoso con lo que uno escribe en la red, en cualquier parte, y por insignificante que parezca. Justamente yo, que si algo no tengo es eso: cuidado. Escribo exactamente lo que me viene en gana. Siempre digo que si no soy libre para expresarme en mi propio blog ¡Para qué tengo un blog! Ahora, eso sí, Facebook tiene un imán para “para meter la patita”, como diría Cortázar. Además de gente sorprendente, está lleno de “Wikileaks”, de mirones, de correveydiles, de envidiosos, de arrogantes, de ególatras, de narcisistas…y sobre todo mucha soledad e insatisfacción. Sobre todo soledad. Lo del tipo que echaron me parece una jodienda, pero la verdad, es que no estuvo muy acertado con su euforia previa, epa, que es una red social. Y tiene muchas formas de acceso, y puntos de observación. Más aún si uno deja su ordenador en el trabajo ¡con la contraseña puesta! Que no sé si era este el caso. Después, además, la cantidad de amigos, de amigos, de amigos, que muchos de amigo nada, que al final no sabes quién se mandó el chivatazo: ¡Mira lo que puso éste! ¡Juá!...y te echan. Y todos calladitos.
En una pareja, ni hablar: son “amigos” entre sí, lo que ya es, ¿no? ¿Qué necesidad tienen de “tenerse” ahí si ya duermen juntos? Si todo, absolutamente todo, se lo pueden contar hasta en el baño cuando uno va a hacer pis y el otro se está cepillando los dientes. Y se ponen “me gusta” y ambos están en el salón cada uno con su portátil (¿?) y uno mira al otro y le guiña un ojo. Estamos muy, pero que muy enviciados.
Luego, claro, surgen los problemas, y la relación se vuelve asfixiante. Y ni hablar de la sospecha. Porque claro, uno le da un “me gusta” a fulana o a zutano, y el otro lo ve. O tal ahora es amigo de…y se ve quién solicitó la amistad. O los correos “privados” que saltan a la vista con numeritos rojos, y empiezan a volverse una alarma para el que anda sospechando. Y además quienes andan “sueltos o “sueltas”, no tienen el menor empacho en llenar de comentarios sugestivos e insinuantes, las fotos y publicaciones de la/el que le parecen interesantes…aunque sean con la mejor intención del mundo.
Si a todo esto sumamos las horas que te puedes pasar mirando las supuestas bienaventuranzas ajenas –aún aquellas en donde no has sido invitado: perfiles abiertos a todo público ex profeso o por error-, las neuronas van muriendo por una mezcla de frustración y envidia letal: ¡Guau! Qué cochazo se compró fulanito; ¿¡Viajó a Alaska la desgraciada!?; ¡Hum! Esa, seguro que se hizo algo en la cara ¡no puede estar igual que hace quince años!; ¡Qué bien que se la pasa éste! ¡Está siempre de fiesta! Claro, no tiene hijos…
Esto multiplicado por horas, días, semanas, meses…explota. Y la primera víctima de la deflagración es el mirón/na, la segunda, su pareja, y así sucesivamente como las fichas del dominó.
Ni que hablar de los/las que viven pendientes de sus Iphone o similares. ¡Insoportables! Solo por eso una pareja se desmorona.
Pero el voyeurismo virtual, indiscriminado y compulsivo, es lo que masacra más neuronas que cualquier otra cosa. Y rompe más parejas. Esa contemplación extasiada de existencias aparentemente satisfechas de gente común y corriente que podrían ser uno pero son otros. Entonces, se hacen números, se cotejan fechas de nacimiento, lugares, colegios, siempre comparándolos con la vida propia, como si de esa extraña ecuación pudiese aparecer la respuesta del por qué me toca a mí esta vida sin pena ni gloria, aburrida. Y otra vez. Observar a su propia pareja con un dejo de bronca y lástima: ¿Por qué me casé con “esto”? Como si la culpa de su propia mediocridad hubiese llegado soterrada bajo la cara, ahora más vieja, del cónyuge.
Finalmente, creo, lo que más socaba una relación, siempre hablando de Facebook, por supuesto, es la libertad, simulada o no de sus protagonistas. La libertad que imaginamos tienen los otros. Por sus viajes, sus amoríos, sus fiestas, ¡hasta sus protestas! La libertad. Siempre seductora, siempre sensual, siempre irresistible. La libertad, y su infinita gama de posibilidades. Es casi imposible evitar su “virus” y los espíritus más vulnerables, los de uno o ambos componentes de parejas de años, ya devorados por la carcoma de la rutina, acaban sucumbiendo. La libertad, el gusanillo.
Pero no nos engañemos, Facebook es solo una ventana más del cosmos de internet. Si alguien se asoma muy seguido a esa ventana es porque busca algo diferente de lo cotidiano. A veces lo encuentran y dejan el mundo virtual por el real. Otros solo desean divertirse un rato con “amigos”. Muchos acaban, de tanto asomarse, cayendo al vacío. En especial el de sus vidas. Pero Facebook es solo una herramienta, una maravillosa herramienta, sí, pero como cualquier herramienta, todo depende del uso y abuso que le demos. Lo miserable o noble, siempre está dentro de nosotros. Como la libertad.

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