jueves, 22 de septiembre de 2011

OBSEXIONES: EL TAMAÑO IMPORTA

Basta ya con eso de que el tamaño no importa. Claro que importa ¡y mucho! Estoy harto de leer en diferentes medios especializados acerca del tema. Tanta cháchara se vuelve insoportable, amén de errónea. Se termina distorsionando la realidad de un modo tal, que la gente ya no sabe qué pensar. Un poco de claridad, al menos honestidad sobre el asunto, no nos vendría nada mal. A todos. Yo voy a sumar mi granito de arena, éste sí, chiquito.
Un FIAT, o SEAT si prefieren, seiscientos. Los famosos “bolita”. Nadie niega que eran la mar de simpáticos, muy prácticos sobre todo: se quedaba sin batería y los podías empujar solo, hasta les dabas un envión y de un salto ¡adentro! Ponías la marcha, y en una de esas arrancaba y todo. Lo mejor: lo metías en cualquier hueco. Sin embargo entre un seiscientos y un todo terreno, un buen BMW…bueno, aunque no sea un BMW, cualquier otro todoterreno, espacioso, ¡grande! ¿Con cuál te quedarías? Vamos, de verdad…¿No me vas a comparar, no?
Otro caso de dimensiones. Un pisito de treinta metros no es lo mismo que un chalet de dos plantas, jardín y piscina. Es muy cierto que el pisito es más fácil de limpiar, y te ahorras un buen dinero en muebles; con un par de cuadritos pintados por uno mismo o un amigo ya consigues un ambiente alegre; las cortinas pueden ser de los chinos que siempre traen unas telas muy curiosas, muy orientales, con dragoncitos y motivos así. ¡Pero no vas a compararme un chalet con “eso”! No importa el barrio, la ciudad, el país ¡ni los vecinos! Puedes tener hasta un garaje para llenarlo de porquerías ¡claro que el tamaño importa!
Y al igual que con el coche y la vivienda, hay otras cosas en las que el tamaño es fundamental. Otro ejemplo que me viene a la cabeza: un escritorio. Algunos no entran en el sitio en el que deseábamos ponerlo, es verdad. En el pisito de treinta metros seguro que no. No entra ni por la puerta. Pero en el chalet, en una de esas, hasta en el dormitorio principal. Porque hablo de un escritorio grande. Grande en serio. No de los pequeñajos y endebles, muy bonitos tal vez, de IKEA, en los que parece que todo lo que le pongas encima tiene que ser de IKEA: el lápiz, la carpeta, la tacita, el porta lápiz, el cuaderno…bah, como te lo presentan ellos, los de IKEA, y que al fin ni los niños le dan un uso siquiera parecido. Le ponen la mochila a la vuelta del cole y empiezan “¡Huy! Se salió la ruedita”. No, no, hablo de un escritorio machazo, de los de antes: sólido, amplio, de esos que satisfacen todas las necesidades. Que si tienes dos secretarias se puedan sentar una a cada extremo. Y si no eres de los que tienen secretarias, ¡que se siente quien se te dé la gana! ¿A que es mejor grande que pequeño? ¿A que sí? Claro.
Y se me ocurren todavía más cosas en las que el tamaño importa. Solo una más. Para no aburrir, pues la lista puede volverse interminable ¿O no? ¿A que a ustedes, lectores, les sucede algo parecido? Digo, se le ocurren muchos más ejemplos. Bueno, uno más: una carretera. ¿No es mejor que tenga varias vías, con su mediana correspondiente, a una ruta de mierda de dos manos? Por supuesto. ¡Si es que todos coincidimos! Si somos lo suficientemente honestos, sin prejuicios, seguro nos ponemos de acuerdo enseguida. No hay que ser condescendientes porque sí. Así que ¡basta de subterfugios y piadosas interpretaciones! ¡Basta de tanta filosofía, y de si el contenido es más importante que el continente! ¡Basta de pretender tender una mano a unas minorías que ya encontrarán sus propios espacios, sus huecos! ¡Basta de tanto blá, blá, blá!
El consenso, en democracia, debe y tiene que ser GRANDE. Y cuanto más GRANDE, mejor.
Le duela a quien le duela. ¿Y qué dice ese GRAN consenso? ¡Que el tamaño importa!
Igual ahora se me acaba de ocurrir otro ejemplo bastante gráfico, por cierto. Pero no quiero que me tilden de grosero. En todo caso, si se les ocurren a ustedes más ejemplos, me escriben y me lo cuentan. Tal vez los publique y todo. Eso sí, estoy seguro que coincidimos, ¿O no?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

MARTIN PESCADOR, UN JUEGO

-Martín Pescador, ¿me dejará pasar?
-Pasará, pasará, pero…
Algo se debía dejar por el camino. Un peaje irrisorio, pero peaje al fin.
Pagar para seguir. El continuar no es gratis, ni en un juego de niños. Y cada mañana, mucho tiempo después, repetimos la pregunta al pararnos frente al espejo rumbo a lo cotidiano.
-Martín Pescador, ¿me dejará pasar?
Y la misma pregunta la vemos en miles de rostros que se cruzan fugazmente con nuestro propio interrogante. En muchos percibimos la respuesta, en otros, la angustia de un vago presentimiento. Pero todos sabemos que hay una ofrenda, un pago ineludible.
Martín Pescador, ese personaje pérfido e implacable, esa metáfora de portero insobornable sigue presente en nuestras vidas. Y no se cansa de sacar, como si de la galera de un mago se tratase, una infinita gama de sanciones y estipendios, multas absurdas y facturas ingratas, una variedad de tributos, a veces, de chiste; muchas otras de una crueldad que pareciera que el fondo de su chistera estuviese en el mismísimo infierno.
Pero él no hace el destino, solo es un empleado. Un funcionario más del insondable universo. De nada vale insultarlo, ni para desahogo. Está ahí para levantar la barrera después de la pregunta de rigor, y la inevitable respuesta. Que nos es igual para nadie. Ni previsible.
Sabe, es su trabajo, que todos pagaremos. A gusto o a disgusto. Todos, absolutamente todos, tendremos, siempre, algo con qué pagar. Nosotros lo sabemos, y el saberlo tiene doble filo: en tanto preguntemos hay camino, y pérdida.
Una sabiduría ancestral ha diseñado un sistema didáctico –uno de tantos-, para que de un modo lúdico incorporemos una regla esencial de nuestras existencias. Nos educa desde pequeños en el precioso, y doloroso, arte de vivir.
“Para nacer hay que romper un mundo”, escribió Hermann Hesse, el gran novelista y filosofo alemán. Del mismo modo que los pollos rompen el cascarón. Y las serpientes. Lo hacemos a diario. Con vehemencia, con desesperación, solos. No hay otro modo. La naturaleza social del ser humano ha buscado diversas formas de minimizar ese terror individual, el pavor a la respuesta del portero. Casi siempre erróneas.
-Martín Pescador, ¿nos dejará pasar?
Así, en plural, gritan a coro multitudes. Como si en la masa, el personaje no pudiese distinguir a cada uno de los componentes del colectivo. El tipo levanta la barrera pero sin mover una ceja da a cada uno su correspondiente factura. Desigual, por supuesto. A cada cual un monto diferente. Y arbitrario. Por eso, Dios. La imagen universal que justifica lo injusto. O merecido. O simplemente inexplicable. Dios, el supervisor del portero, el gerente de la gran empresa. Los reclamos nunca se los hacemos al guardia, dirigimos nuestra ira al jefe. Pedimos hablar con el gerente. Pero como en cualquier administración, nos conminan: pague primero y luego eleve su queja donde corresponda. Lo peor, al igual que en los contratos que firmamos ciegos de ilusión con los bancos creyendo tener asegurada la mensualidad eternamente. Y en el momento más acuciante nos dan a leer la letra pequeña. ¡Ahí va! Esa que subestimamos. ¡Ah, sí, cierto! En fin ¡qué cagada!
-Martín Pescador, ¿me dejará pasar?
Preguntamos nuevamente, solos.

martes, 20 de septiembre de 2011

OBSEXIONES ORALES: siempre hablando de lo mismo...

Hace poco leí en un periódico la noticia de la remake de un viejo programa de televisión. En la nota el productor dejaba claro que “por supuesto no va a faltar el sexo, es un ítem que concita mucha audiencia”. El sexo lo es todo. Para todos. ¿Quién no piensa aunque más no sea un minuto al día en el sexo? Que no me cuenten que el monje tal o la monja cual, porque solo por negarlo lo menta. ¿Quién no se hace una pregunta con respecto al sexo, hasta la más elemental? Veamos:
¿Es igual el sexo para la mujer que para el hombre? ¿Y después de los cuarenta? ¿Y después de los cincuenta? ¿Y después…? ¿Por qué los hombres buscan tener relaciones con jovencitas? ¿Por qué las mujeres buscan tener relaciones con jovencitos? ¿El tamaño no importa? Me refiero a todos los tamaños, los de todas las cosas. ¿Importa el color? ¿Con pelos o sin pelos? ¿Y los olores? ¿Por qué habiendo un campo de hierba tan delicado insistimos en jugar la revancha en una cancha embarrada? ¿Les gusta a ellas o es un “sacrificio” en aras del bien común? ¿Es un acto de dominación o un desesperado recurso de un ser disminuido? Porque a lo mejor el tipo cuenta con un equipamiento reducido para la magnitud de la obra, pero quiere demostrar toda su voluntad, con la mejor de sus intenciones.
¿Cuánto fingen las mujeres? ¿Y los hombres? Porque el desahogo no es un síntoma de satisfacción total, más aún si lo realiza con la ayuda de una imaginación muy activa. En pocas palabras: recreando las nalgas de su compañera de oficina.
-Tengo las caderas demasiado anchas, ¿no?
-¿Qué? No, para nada, cariño, están perfectas…¿qué te pareció el “amigo”?
-Es el más grande que he visto…en mi vida…es…es…muy grande…
Grande, claro, mayorcito, dirá, casi anciano. Pero él, contento. Se lo cree.
No; por supuesto no todos son (somos) así. No tanto. Ni siempre. Mucho menos al principio. Al principio de la relación, digo, cuando vamos convencidos y anhelantes por descubrir “el nuevo mundo”. Queremos el menú completo. Con postre y todo. Vamos y metemos la boca por todos lados. La boca, la lengua, la nariz…Desplegamos toda la artillería en un afán inútil: como nosotros, ninguno. Al menos por un instante es así. La novedad. Y a veces no importan los olores ni los sabores.
Una tipa decía una vez por televisión, y en horario de tarde-noche, o sea, familiar, a un presentador ávido de confidencias, decía ella: “A mí me sabe a lejía”, refiriéndose al semen, “pero me gusta tragarlo”. Toda una princesa.
Y un tipo, en otro canal: “No quiero que mi mujer bese a los niños con la misma boca que me la chupa…por eso prefiero ir con putas”. Todo un santo, el hombre.
Se preguntarán por qué veo programas tan cutres, bueno, ver lo que se dice ver, es puro zapping. Además cuál es el problema, la realidad es que están ahí, y lo que es más importante: el sexo está ahí. Todo el tiempo.
¿Realmente las mujeres soportan mejor la falta de sexo que el hombre? ¿Se masturban menos? ¿Las pajas mentales son menos “nocivas” que las físicas? ¿Hiere más un engaño físico ocasional o un engaño mental constante?
Un amigo, ya entrado en años, me soltaba su enorme sabiduría con respecto al sexo, como si fuese todo un mandamiento: “Los mejores polvos son los de soltero, y la mejores pajas, las de casado”. Qué tal el filosofo.
¿Con cuántos polvos al mes, o a la semana, o al día, un hombre viviría satisfecho?
Pensemos: ¿Uno al día? ¿Dos al día? ¿Tres..? Contando que el domingo se descansa como ordena el mandato bíblico.
Qué excita más de una peli porno: ¿Las poses? ¿Las dimensiones? ¿El decorado? ¿La iluminación? ¿Los falsos gemidos? ¿La duración? Porque yo no sé, esos tipos no es que aguantan lo indecible sino que parece que para acabar necesitaran un sacacorchos, les ves las caras y pensás: “Este se muere”. En sus compañeras suele ser evidente la actuación. Y en algunos casos, también la incomodidad. Eso sí todos ganan muy buen dinero, así que el esfuerzo vale la pena. En ocasiones, realmente se rompen el culo trabajando. Venía medio cantado el chiste.
Qué produce más celos, en el hombre: ¿Imaginarse a su pareja con otro hombre? ¿Con otra mujer? Bueno, con otra mujer en una de esas no produce celos, sino otra cosa. En la mujer, en cambio, además de sorpresa, es lo que me han dicho, también sentirían celos sin importar el sexo. Celos casi idénticos. El engaño es engaño y punto. Dicen. Ellas.
Pero volviendo a los celos, en el hombre, y profundizando en el tema: ¿Teme que otro les dé más placer? Algunos creen que se lo brindaban cuando ellas…fingían. Hace no mucho no necesitaban fingir porque el hombre descontaba que ellas no estaban ahí para eso. Pero el tiempo cambia los hábitos. Y aunque el hábito no hace al monje, ya sabemos.
Una de las fantasías más tenebrosas para los tipos es proyectar la imagen de su pareja en una situación, para sí, excitante: El rostro ruborizado de ella acercando la boca abierta con glotonería en dirección a un enorme falo, ajeno. Ahora si lo excita o no qué cosa, no sé, pero va unido al dolor. Al igual que imaginarse los grititos de placer ante cada envestida, grititos que en realidad nunca escuchó de la mujer pero imagina serían posibles. Claro que es una pajería. Pero así funcionan (funcionamos) los hombres. Y peor.
¿Y las mujeres?
Una decía, en la tele, sí, también, también…”A mí lo que más me dolería es que se “enamorase” de otra”. ¿Solo eso? Un amigo que conozco le hubiese respondido: “No te preocupes, mi amor, que enamorar, lo que se dice enamorar, ni loco...quedate tranquila, es una aventurita, nada más…”. Porque el tipo es así de noble.
¿Es una cuestión de “justicia”? ¿De igualdad? A ver: ¿Qué les duele a las mujeres en equivalencia a un dolor de testículos después de un calentón interruptus?
Vas a cenar, luego unas copas con morreo, luego morreo de regreso, luego…”No, esta noche no”. El personaje ya tenía la bala en la recamara, y el cargador lleno. Próximo campo de tiro, el wáter. Una amiga me contaba –no, no trabaja en la tele-, que para ella una buena cena, unas copas y un par de besos eran más que suficientes, por ser la primera noche. Que si bien podría avanzar más, y en alguna ocasión lo hizo, le encantaba ese toque de romanticismo, a la antigua. Y si valía la pena, el galán, esperaría. Me aclaró que todo dependía del sujeto, y las circunstancias, por supuesto. Si el tipo le despertaba expectativas suficientes, o sea, de cierto futuro “que se aguante y espere”. Si solo era atractivo y no daba visos de cosa seria “para que esperar a mañana”. En pocas palabras: cuánto más interesante, menos prisa. Y viceversa. Bueno, interesantes les resultaban ambos, pero para diferentes proyectos.
Para el hombre, sabemos, el proyecto es uno, y solo uno. Empieza y acaba…cuando acaba. Todo lo demás es aleatorio y puede mejorar o arruinar el plan. El único. Si todo sale “bien” hasta puede tener futuro, mucho futuro. Claro, en particular si desiste de usar el adecuado, y esencial adminículo…¡Ya sabía que caerían en el chascarrillo ese!, ya, ya…no, no hablo del cerebro. El preservativo, ¡el preservativo!

sábado, 10 de septiembre de 2011

HISTORIA DE UNA CANCION: Serrat, el catalán...

Cuando comencé a escribir VOCES, el tema que dedicaba a Joan Manuel Serrat, no sabía muchas cosas -aún no las sé, o no sé muchas otras-, y compuse el tema con una mezcla de ideas y sentimientos que recogían mis vivencias con el acompañamiento de su obra –ver el vídeo VOCES a Serrat, en youtube-. Allí en Argentina, la gente que llegó a escucharlo, en especial personas con cierta edad, se sintieron identificados. A muchos les gustó a pesar de la atmósfera melancólica que envolvía dicha canción. Era –es- muy emotiva, claro, no podía ser de otra manera, por lo menos para mí. Como cualquier fan, en más de una ocasión fantaseé dedicándosela en su presencia. ¿Por qué no?
En la época que la grabé, 1999, mis recursos eran escasos, económicamente hablando, así que tenía dos copias en cassette y una en cedé. Nada más.
Con ellos llegué a España en el 2002. Y con una idea muy diferente de la realidad española.
No es que desconociese la situación política, al menos la que nos llega a través de los medios de información diariamente. El gobierno actual –el de ese momento-, el largo conflicto con los nacionalismos…Pero no al punto de los fanatismos y sectarismos que luego, viviendo aquí, en Madrid, uno, extranjero, descubre que es el pan de cada día –el pan duro-.
En Argentina, como en cualquier sitio, hay regionalismos, localismos. Envidias, recelos, desprecios, pullas, entre gente de distintas zonas del país. Pero nadie discute si o no es Argentino. Y eso que hay una distancia enorme, cultural, política y económica entre, por ejemplo, un jujeño –norte- y un rionegrino –centro sur-. Pero eso es allá. Donde compuse esa canción llamada VOCES.
Una de las primeras cosas que hice recién llegado, fue ir hasta las oficinas del representante de mi “ídolo”, ahí en la Castellana, y les dejé el cassette, en mano, a personas que me aseguraron lo harían llegar a las oficinas de Barcelona. Por si acaso, una semana después les llevé otro. No fuese que se perdiera por el camino.
Insistente y caradura, muy obstinado la verdad, no perdí oportunidad de contactarlo. Así que por una de esas casualidades, andando por Alonso Martínez, me crucé con Sabina, sí, sí, el mismo, acompañado por un par de personas –quizá sus representantes-, él, con lentes oscuros, y aire distante, me sonrió al oírme ¡Sabina! Hablé con él dos segundos, o tres, tiempo suficiente para sacar de mi cartera la letra manuscrita de VOCES, y pedirle (¿?) “Vos que lo conocés…”
-Claro, somos muy amigos-, me dijo
-Si tenés oportunidad ¿No le darías esta letra? Es una canción que le dediqué…-
-Sí, déjamela-, me respondió guardándola en el bolsillo de su chaqueta.
-Gracias, te lo agradezco mucho…¡y un gusto enorme!-, lo despedí estrechándole la mano y hablándole ya a su perfil que se alejaba.
Las cosas hay que intentarlas, ¿No?
Escribí la letra recordando el año en el que escuché por primera vez “Tu nombre me sabe a hierba”, en la radio. Año 1969. Un verano en el que como tantos otros, viajaba con mi madre desde Buenos Aires hasta la provincia de Neuquén. El trayecto en tren era en sí toda una aventura, mínimo 24 horas, y en clase turista. Directo desde la estación de Constitución hasta Cutral-có, cuando todavía circulaban trenes a todas partes. Otro país, sin duda. El convoy atravesaba de este a oeste aquella cintura argentina. Bahía Blanca, parada de dos horas. Río Negro, el Alto Valle con sus interminables alamedas y sus plantaciones de manzanas…
“Tu voz me trae un verano,
Un aroma dulzón de manzanas…”

Eran, aquellos días, tiempos de gobiernos militares, pero la ruina económica vendría después, empezaría a mediados de los 70, con el “gobierno” civil de la Viuda de Perón, Isabel Martínez, y definitivamente con los criminales de Videla y compañía.
“Entre ruidos de amor y metralla
Tu voz me lleva de la mano…
Y me enciende otra luz de miradas
Es país que no encuentro y palabras
No dichas jamás entre hermanos
No dichas siquiera entre lágrimas…”

A través de internet, estando aún en Argentina, me contacté con unas radios de Cataluña que recibieron con agrado la premisa de un tema dedicado a Serrat. Luego no recibí más respuesta.
No les habrá gustado, pensé. Nunca se sabe.
Aquí en España la canté varias veces en distintos sitios pero me llamaba la atención que los elogios o comentarios los recibía de otros latinoamericanos…Rara vez de un español. Tan rara que no lo recuerdo.
Una vez en las oficinas del representante de Ana Belén, le dejé a éste el único cedé original con algunas de mis canciones, entre ellas, VOCES, y un ejemplar de un libro con mis letras, que había auto editado. Nada.
Y más allá de cualquier otro tipo de valoración artística, me di cuenta del “error”, la canción tenía, y tiene –no la pienso cambiar, claro-, un profundo, grave, brutal pecado de ignorancia y nada menos que en el estribillo:
“No es tu culpa la herida, el pasado,
Cicatrices, ausencias, encantos…

El acento español de tu voz catalana
En aquella Argentina feroz de mi infancia…”
Sí, estaba ahí, ahora más que nunca lo comprendo: lo que para mí era un reconocimiento, un detalle, un guiño a su naturaleza regional era…¡una ofensa! Una terrible e imperdonable ofensa. Para algunos hasta una burla. Cómo podía decir que su “voz catalana” tiene “acento español”. Cómo no sabía yo que Joan Manuel, el “Nano”, era súper, hiper, requetenacionalista…
“Tu voz me trajo otras voces,
Que me traen aún la esperanza…
La ilusión de otra vida en lengua castellana
Te la debo en mi rima, te la obsequia mi alma…”

Más agravios: “la ilusión de otra vida en lengua castellana”. ¡Castellana! No, catalana.
Las otras voces de las que habla mi canción eran las de Antonio Machado, Miguel Hernández, León Felipe…Todos poetas de lengua española. Idioma en el que Joan Manuel Serrat llegó a mis oídos. Y escribí la canción desde mis sentimientos, desde la influencia de su música y su poesía, en mí y en tantos colegas argentinos.
Difícilmente yo, y unos cuantos millones en toda la América hispanohablante, le hubiésemos prestado atención de haber cantado sólo en catalán. Dudo que “Mediterráneo”, como otras tantas magníficas canciones suyas tendría una pizca de la popularidad que gozan –y merecen-, de haberlas cantado “solo” en su –respetable, por supuesto- lengua materna.
Mea culpa: pretendía rendir tributo a uno de los grandes de la música –para mí, sí, para mí-española, y creo, compuse una hiriente tonada “anti catalanista”.
Lo mío, una nadería, salí con un tenedor y llovía sopa.