martes, 21 de junio de 2011

La libertad de elegir II

De mis cuatro abuelos, solo uno se instaló en mi afecto para siempre. Matías, un judío polaco. De oficio, zapatero.
Emigró a Argentina a principios de los años treinta. Duras épocas aquella del país, origen de una seguidilla de golpes de estado comandadas por una casta militar que dejaría tras de sí un innumerable reguero de crímenes y también, paradójicamente, al líder que representaría el sentir de un pueblo, ese mismo pueblo al que la prepotencia castrense apaleaba sin piedad para beneplácito y beneficio de la rancia oligarquía nativa. El líder, salido de aquellas filas era un Teniente Coronel: Juan Domingo Perón.
Mi abuelo no sabía nada de castellano, pero lo aprendió rápido, al menos lo necesario para subsistir. Una cosa que a pesar del rudimentario bagaje de conocimientos, tenía muy en claro. Llegó a Buenos Aires con dos dólares ganados en medio de la travesía atlántica y un papel en el que llevaba anotada la dirección de un pariente. Nada más.
En esos días, Argentina, a pesar de la gran crisis, era un abanico de oportunidades que hacía llegar el eco de sus bondades territoriales allende los mares. Aún a los sitios más remotos e impensados del planeta. ¡Y eso que no existía internet! Las ilusiones no saben de fronteras, ni de idiomas y se esparcen como el polen.
De aldeas italianas, de villas y diminutos poblados españoles, de comarcas heladas y silenciosas de la unión soviética…Para algunos Argentina era “América”, ni sur ni nada, América, y esa sola palabra dicha con diferentes acentos sonaba a esperanza…
Mi abuelo eligió, y esa elección le salvó la vida, y la de mi abuela, a quien no conocí, y que llegó tras él poco tiempo después. Padres de mi padre. Sus familias, lejanas pero mías también, las que se quedaron en Polonia, murieron en campos de concentración nazis.
Para los, en su mayoría, famélicos europeos que emprendían un viaje, muchas veces mortal, a través del océano, la ilusión de una vida mejor tenía la envergadura del mismo barco zarandeado por las olas. Ilusión acrecentada por los rumores de experiencias ajenas en el transcurso de aquellos largos días marinos, y noches de prematura nostalgia.
(Qué diferencia con estos tiempos en el que en doce horas estás en Barajas, y si te rechazan los de inmigración, en otras doce horas vuelves a tu miseria, más miserable aún, si cabe. Ni tiempo de extrañar te dejan.)
Pero mi abuelo, como mi abuela, y tantos millones, sin hablar palabra de castellano, descubrió las bondades de un puchero argentino.
No podía creer que si lo solicitaba le servían una nueva ración:
-Si tiene para pagarlo, Don-, le dijo el mozo, canchero- le pongo todos los que quiera…
Trabajó en lo que pudo. Como tantos, también vendiendo “ballenitas”, esos adminículos que se les colocaba a las solapas de la camisa para mantener recto algo en aquel campo de arrugas que escondían bajo sus chalecos los empleados y compadritos de la city porteña.
En los últimos días de mi niñez, mi abuelo ya era un hombre bastante mayor, aún así, y a pesar de los pequeños resentimientos familiares, fruto de prejuicios comunes y recíprocos, él venía a visitarnos. Matías era un tipo de pensamiento muy simple. Pasaba de todo, en una palabra. Para la familia de mi padre, mi madre era una “goim” (no judía), provinciana, y para más inri, medio morenita. Una “negrita” del interior, bah. Así que mi vieja tenía sus motivos para el resentimiento. Aunque no es menos cierto que para la familia de mi vieja, mi padre aunque argentino era “el ruso”, con todos los prejuicios antisemitas de manual. O de Catequesis.
La cuestión es que mientras le dio el cuerpo venía todos los sábados por la mañana a mi casa; compraba unas facturas, o queso y jamón (mi abuelo no era nada religioso) y unos pebetes (pan) y desayunaba con nosotros. Conforme pasó el tiempo, solo venía sábados por medio, y para evitarse alguna “jeta”, nos llevaba a un bar a seis o siete calles de casa. El desayuno era pan con manteca, que el mismo nos preparaba doblándolos luego para que cupiesen por la boca de la taza de café con leche. Después se despedía dejándonos unas monedas a cada uno.
No fueron éstas, ni los desayunos, si no el interés de ese hombre por estar junto a nosotros, mis hermanos y yo, lo que hace imposible el olvido y posible el amor.
Porque no le quedaba nada a mano aquel viajecito en “colectivo”, de punta a punta de Buenos Aires –quienes conocen la ciudad saben de qué hablo-, y ni siquiera lo hacía para hablar con su hijo, mi padre. Que de hecho muchas veces no estaba, por estar trabajando.
Lo hacía para vernos, y compartir con nosotros unas horas. Ni más ni menos.
Era su elección.
Con el tiempo fuimos un poco ingratos, mea culpa, y no le devolvimos con la misma moneda su constancia. Sí, lo visitábamos. Pero no tanto.
También es cierto que Matías era un hombre práctico, y cada vez que enviudaba se quitaba de encima todo lo que representara un recuerdo de su vida anterior: muebles, vajilla…casa. Y eso hace un poco más difícil forjarse una rutina. Además de las propias urgencias.
Nunca volvió a Polonia, por supuesto. Y aunque hubiese querido, el pueblo de sus padres ya no existía, fue borrado del mapa, literalmente, en la segunda guerra. No guardaba sino rencor y miedo hacia aquella tierra. Sobre todo miedo, a punto tal que un día, antes de viajar con su tercera mujer a Estados Unidos, se hizo, al fin, la ciudadanía argentina. No sea cosa que por cualquier inconveniente lo “enviasen” a Polonia. No quería volver, ni muerto.
En sus últimos días en el Hospital Israelita de Buenos Aires, dopado como lo tenían para que no sufriese, solía confundir las caras de quienes lo visitábamos. Yo le llegué a comentar que mi esposa estaba embarazada y que lo iba a hacer bisabuelo, otra vez. Pero el ya no entendía, creo, y me respondió en Idish cosas que yo no entendí.

jueves, 16 de junio de 2011

La libertad de elegir

Sé que escribo para tres o cuatro personas, incluyéndome a mí. Y escribo canciones para otras dos o tres, también incluyéndome a mí. Lo que no deja de tener sus ventajas: el pulgar hacia arriba o hacia abajo lo recibo de inmediato. Otra, quizá la más importante: hago lo que me sale en gana. Puedo cantar o escribir cuánto se me ocurra, pues nada depende de ello. No hay condicionamiento alguno. Solo mi voluntad.
Las desventajas, claro, son innumerables, comenzando por todo el gasto de material y tiempo que jamás tendrá recompensa ninguna, más que mí propia satisfacción de hacerlo. Que no es poco, por supuesto. Y siguiendo, con las miradas de aquellos que me observan piadosamente como si lo mío fuese un mero pasatiempo –pasado de tiempo por mi edad-, o peor, un hobbie. O simple catarsis.
Para mí, confieso, es una necesidad básica como lo es beber agua. O vino. Tinto, mejor. No es un vicio, pero siento el mono si pasan días sin pulsar mi guitarra, o sin agarrar mi Parker y mi cuaderno.
A tiempo parcial puedo ser: albañil, diseñador, electricista, fontanero, redactor, imprentero, serigrafista, pintor de brocha gorda, carpintero…pero padre, marido, escritor y cantautor es a tiempo completo. Está en mi cabeza las veinticuatro horas del día. Son cosas que llegaron a mi vida para quedarse. Siempre. Aún cuando duermo, y sueño con una melodía que ahí, entre sueños, parece preciosa, y se desvanece con los primeros rayos de sol, dejándome un despertar, a veces amargo, por no retener de ella una mínima huella tonal de donde asirme para volverla a oír. Ni tarareándola torpemente con la garganta pastosa de la madrugada.
Con la escritura es diferente. Basta con una imagen apenas definida, un par de palabras, y ¡saz! El argumento sale a la claridad con todas sus imperfecciones, aquellas que disimuló la duermevela con su indescriptible escenografía de sombras. Ahí está, para que les dé un uso adecuado, o no. O tal vez ninguno. Pero ahí está. Lo que imposibilita la frustración. Nos sentiremos desilusionados, acaso. Pero no impotentes.
La música es más esquiva. Cuando su musa coquetea delante nuestro hay que poseerla o se va para siempre. Es arrogante e intransigente. Es sumamente vanidosa. La tomas tal cual es o nada. No acepta manipulaciones.
(Lo que me recuerda en mucho a una mujer que conozco.)
Todo esto es totalmente intrascendente para la mayoría de mi entorno. Y para aquellos que apenas me conocen aún más. Solo importa “de qué me gano la vida”.
Muchas veces les respondería que “esta vida” me la he ganado hace mucho escribiendo y cantando mis canciones, aún cuando solo me las imaginaba, y con los sueños que éstas generaron, impulso vital para no quedarme quieto, perdido en un rincón del mundo a merced de la soledad, la pena, y la explotación más elemental, soñando en el cordón de una acera con lo que podría haber sido si me hubiese puesto a escribir y cantar ¡al menos para mí! a ese maravilloso regalo que nos ha dado “la vida”: la libertad de elegir.

miércoles, 15 de junio de 2011

VIEJBOOK III - Sobrenatural

Nada mejor que el viejbook para buscar fantasmas. O para encontrarlos por sorpresa. Algo peor que dar de pronto con alguien que no vemos desde hace décadas, es no dar con el personaje aunque probemos con seudónimos, abreviaturas, guión bajo y todas las formas posibles de mención.
-Este crepó-, sentenciamos trágica y velozmente. Y a veces estamos, lamentablemente en lo cierto.
Aunque también puede pasar que esté en la web solo de modo virtual. Porque el fulano murió pero quedó su lápida cibernética.
-Con razón no contestaba los mensajes-, pensamos sabiamente.
Todo lo cual me lleva a imaginar que no tardarán mucho los del famosísimo sitio, en integrar a sus ya innumerables servicios, una tabla ouija –de hecho ya hay en la red-, así como algunos otros elementos de comunicación entre las dimensiones. Para comunicarnos con el más allá. Y que los del más allá manden para acá sus “me gusta”, sus comentarios, sus eventos…
Podrían agregar, yo sugiero, cartelitos o iconos como por ejemplo: (bastante obvios) una manito haciendo los cuernos: el infierno. Dos manitos con las palmas abiertas, o sea alas: el cielo. Una mano con la yema de los dedos apretados, onda italiana de qué pasa: purgatorio. Y así sucesivamente. El problema, siempre hay uno, es cómo implementar del “otro lado” los comandos necesarios para que los idos de este mundo, el nuestro, puedan publicar sus propios comentarios, amén de cambiar la foto de su perfil, y poner nuevas imágenes…
Ya se lo estará pensando Mark Zuckerberg, que es un tipo muy listo. Y bastante ambicioso. Es más ya habrá mandado a alguno de sus programadores a la “otra vida”. Y que cobre allá. Además.
Tiempo al tiempo.
¡Las cosas de las que podríamos enterarnos! Si ya estamos pegados todo el día con la información que conocemos no quiero ni pensar si tenemos acceso a la otra.
Otro problema: la saturación. Teniendo en cuenta que hay más gente del “otro lado” que de éste, la cosa se complica.
Imaginen las solicitudes de amistad: menganito y veinticinco mil millones de personas ahora son amigos de fulanita. Y toda una chorrera de fotos imposible de mirar.
¡Y los comentarios!
-Le mande una solicitud a Cleopatra pero me contestó con unos dibujitos: un pajarito y un tipo de costado llevando una bandeja ¿alguien sabe leer jeroglíficos?
-¿Cómo es el pajarito? ¿Es un ibis?
-¿Qué es un ibis?
-Un pájaro de Egipto ¿tiene un pico largo?
-No, cortito, como el de un gorrión…
-¡Es twitter! Te dice que la sigas en twitter ¿para qué lado mira el tipo?
-¿El tipo de la bandeja? A la izquierda…
-¡Es twitter! Que la sigas…
-¿Y si miraba a la derecha?
-Que te sigue ella
-ah.
A ti y a otros trescientos treinta y dos mil doscientos cuarenta y un millones, les gusta.
¡Y el Dante!: “De haber tenido Facebook nunca hubiese escrito ninguna comedia, cazzo di macchina!
¡Y Freud!: “Acabo de comunicarme con Sófocles, y me aclaró unas cuantas cositas de Edipo: primero, que el personaje lo sacó de un vecino de un primo de él, que en realidad no había matado a su padre sino al padrastro, porque era adoptado, y la madrastra, bastante más joven, le arrastraba el ala, al muchacho o sea a “Edipo”, que no se llamaba así, sino Heráclito. Segundo, terminó ciego, pero ciego de amor, por la madrastra, a la postre madre de sus diez hijos. El chico había tenido problemas con su verdadero padre y se fue de su casa ¡porque le habían prohibido comer carne de cerdo! Como judío, lo entiendo, al padre, al verdadero…” (leer más, mucho, mucho más. Pero mucho, mucho más)
Al Rabí Jacob y a otras tres personas les gusta esto.
¡Y Nietzsche!: “Me retracto: Facebook no existe, es Dios”.
Groucho a Karl: “Nos hubiesen venido muy bien algunos de tus monólogos”.
Karl a Groucho: “Mi humor sigue siendo incomprendido”.
Groucho a Karl: “No vayas a creer muchos se parten de risa, mis hermanos y yo, por ejemplo ¡somos todos marxistas!”
A Carlitos y a otros ciento cincuenta mil millones le gusta. A Fidel y a otros treinta y cinco, no.
¡Y el ahora tan en boga “quedamos”!
Marilyn te invita a “quedar” en la nueva residencia de ¡Arthur Miller! ¡Guauuuu!
Asistiré. No asistiré. Tal vez.
Como hoy tengo que viajar en avión, pongo “tal vez”.

-¡Uy! Chicos, el tatarabuelo cambió la foto de su perfil. Y hasta “etiquetó” a la tatarabuela.
-Mami, esa no es la tatarabuela ¡no ves que es china!
-Tenés razón…¡qué viejo baboso!

El muro de John Lennon: “A ver si alguien puede mandarme para “este lado” a un tal Mark…Chapman de apellido, es por un asuntito que tengo pendiente. Pero sin violencia, todo muy pacífico…Díganle que quiero firmarle un autógrafo…Yoko, querida, actualizá la foto de tu perfil, y de paso poné esa en donde estábamos en pelotas”.
A George Harrison y a otras veinticuatro mil millones de personas les gusta esto.
Muro de Da Vinci: “¿Alguien sabe algo de Derechos de Autor? Tengo la impresión que me han plagiado un par de cosas…
Mozart: “Ponte a la cola”.
A Salieri y a otros quinientos mil millones de personas les gusta.
Mona Lisa: “Leo querido, nadie te copia, seguí dibujando. Ah, una pariente mía de la vigésima novena generación me preguntó si le harías un retrato ¿qué le digo?
Da Vinci: “Ahora no puedo, estoy muy ocupado con un tal Warhol che mi sono stufato , tutto il giorno il Popolo Arte, o il Popo…¡vaffanculo!
Mona Lisa: “¿Pero puedes o no puedes?”.
Da Vinci: “Madonna mía, es la última vez. Basta con los retratos estilo ´Mona Lisa´”
Mona Lisa: “No te quejes, que te hice famoso, papito”.
A Andy y a otros cuatrocientos millones les gusta.
En el muro de Mozart: “Viste, Ludwig, ahora podés registrar tu obra en MP3”
Ludwig: “Igual no escuchó una mierda…pero vi que me hicieron un montón de myspace”.
Mozart: “A mi también…¡Antonio, vos no estás ni en reverbnation, juá!
Salieri: “Amadeus, Amadeus…”

El muro de Stalin: “Y después decían que Siberia era un infierno, ¡lo que no es tener ni puta idea!
A Trotsky y a otros cuarenta billones les gusta esto.
Hitler: “¡Y que lo digas, Joseph!”
A Trotsky y a otros noventa billones les gusta esto.

Suena todo muy sobrenatural pero creo que Steve Jobs va por ese lado con lo de “La Nube”, aunque como con los extraterrestres, parece que todo es secreto de Estado.

lunes, 13 de junio de 2011

Machos y bocazas

Que “por la boca muere el pez”, es ya un lugar demasiado común. Pero eficaz para describir una de las características preponderantes del macho actual. Actual desde hace unos cientos años. El macho “bocazas”. En particular el macho latino.
Todas las mujeres dicen lo mismo: a ustedes los pierde la lengua. Y lo dicen antes o después de beneficiarse de ella. Pero llevan razón. Sin pretender ser condescendiente con las féminas, casi siempre la tienen, en especial con respecto a nosotros. Nos conocen como si nos hubiesen parido, la verdad.
Si hay algo que produce tanto placer, o más, que el sexo, es contarlo. Con lujos de detalles. Divulgarlo entre los amigotes, entre recién conocidos, y aún, a desconocidos.
-¡No sabes las tetas que tiene! ¡Y cómo se mueve!
Son algunas de los clásicos comentarios. También hay referencias a otras partes, claro. Todas son dignas de mención. Ninguno hace el más mínimo esfuerzo de pensar un segundo que quizá la mencionada podría llegar a convertirse en su futura esposa ¡o la madre de su hijo! No, para qué. Primero es lo primero, y lo primero es disfrutar del cuento. Fanfarronear con lo bien que la pasamos y recrear con exagerada gestualidad los arrebatos amorosos. Como en una película porno. En muchos casos se mezcla un poco la realidad y la fantasía de lo que fue. Y también las películas porno. Sobre todo eso.
Así pues se narran con meticulosidad las escenas vividas (e imaginadas).
-…y después me la agarró con las dos manos-, dice el tipo haciendo alarde de tener una gran herramienta- y me la chupó ¡Madre mía, cómo se la come! ¡Toooda!
Después de otras descripciones más o menos al tono, con referencias de pelos y señales, el ambiente empieza a caldearse; los que escuchan hacen sus propias películas mentales –más ele que mentales-, y hasta calculan rápidamente en qué momento podrían ir ellos a por la nombrada, y de qué modo deberían abordarla sin que se entere ese amante bocazas. No es que la susodicha sea puta ¡qué bah! Pero a lo mejor uno de los presentes tiene más meritos que el futuro cornudo. Por otra parte, contar una experiencia con una puta no tiene gracia. A menos que hubiese sucedido algo excepcional, por ejemplo, que la tipa no fuese tal si no un tipo, y cosas por el estilo.
Definitivamente, los hombres necesitamos verbalizar las relaciones. Y hasta terminan, muchos, contándoselo a sus propias mujeres, no por culpabilidad, no, por ampliar el público. Y si es un público femenino, mejor. El sexo oral, perdón, verbal, parece ser el mayor afrodisíaco.
Hay excepciones, por supuesto. Están “los calladitos” que parece pasan sin pena ni gloria por la vida. Parece. Son los que suelen tener más sexo real que el resto. De hecho no pierden su tiempo hablando de él. Del sexo. Simplemente lo hacen. Y se cuidan mucho de no dar pistas, ya no de sus andanzas, sino de algo más valioso: una buena amante. Sabedores innatos de la variedad superior de “machos” que tienen a su alrededor, siempre al acecho, prefieren disfrutar en silencio, aún a riesgo de ser mirados con lástima por sus colegas, que presuponen en ese silencio la falta de sexo. Compartido.
-¿Y tú qué?-, pregunta alguno esperando ser sorprendido por ese mindundi, incapaz de matar una mosca.
-¡Meta paja!-, se ríe otro.
El “calladito”, nada. Saborea íntimamente los resabios de una noche de dos noches atrás.
-¿No estabas con “fulana”? Yo te vi el miércoles, iban de la mano…-, la deja picando un indiscreto, recién llegado a la mesa del bar.
El “calladito”, nada. Hace un gesto de no sé con la boca bien cerrada. Pero sirve de poco. El primero vuelve a la carga, entreviendo algún secreto.
-¿Con “esa”? No decías nada, eh. ¡Tiene un culo!-, exclama haciéndole un guiño a un tercero.
El “calladito”, aguanta. Todavía tiene margen.
-¿No salía con el del banco? ¿Cómo se llama?-, pregunta haciéndose el tonto, el indiscreto, mientras busca la punta del ovillo.
Pero el “calladito” no está dispuesto a dejarse vencer tan fácilmente. Aunque su resistencia no hace más que sumar curiosos, uno de los cuales suelta una nueva andanada sobre la base de flotación:
-A “esa” se la tiraba mi primo, “péndulo”.
Dos elementos irritantes: “tiraba” y “péndulo”. Dos torpedos en el silencio del acorralado muchacho.
Los ojos del “calladito”, empiezan a tener un brillo poco amistoso. Y los demás lo notan. Por eso siguen.
-Mi primo me contó-, insiste el nuevo comedido- que la tiene así-, y junta pulgares e índices como quién forma un gran corazón, pero con los pulgares hacia afuera.
Todos esperan la explosión. Pero al “calladito” todavía le queda oxígeno. Respira profundo y tratar de simular una sonrisa que nunca termina de dibujarse.
-Claro-, suma y sigue otro –pero por algo a tu primo le llaman “péndulo”, con semejante poronga, igual le habrá parecido estrecha.
Las carcajadas ahondan el escarnio al que es sometido sin misericordia el “calladito”, como un castigo por no compartir su intimidad. Los amigotes, al igual que una jauría de lobos se excitan con la sangre. Y al muchacho se le notan las heridas. Aún así soporta estoicamente. Hasta que el comedido decide dar la estocada final:
-Y también me ha contado que le gusta que le acaben en el culo ¡se lo habrá dejado como una flor!
Listo. Toda la carne al asador.
El “calladito” rompe sus propias reglas, y entre dientes, susurra conteniendo su ira:
-Sí, estamos saliendo-. Saca su cartera, paga su parte y se levanta dispuesto a marcharse.
-¡Ah! Entonces era “ella”-, dice el indiscreto con tono amable -¡Huy! Disculpa, de haber sabido…
Las miradas cómplices se tornan distraídas y lejanas. Uno pide una cerveza, otro se va al servicio.
-Y bueno, no te vayas, cuéntate algo-, le ruega cínicamente el primero.
-Para qué-, dice al fin el “calladito”-si parece que ustedes la conocen mejor que yo…
-¡Eh! ¡Que es broma, hombre!-, aclara el comedido para luego oscurecer: –mi primo solo salió un par de noches, nada más…
Y nada más irse el “calladito”, el primero le pregunta al comedido:
-Y qué más te ha contado tu primo. Porque está muy buena. No sé qué le ha visto al tonto éste...¡ni hablar sabe!

viernes, 3 de junio de 2011

LA REVOLUCION DE LAS FLAUTAS

Fuimos con mi amigo Fermín, y luego se sumaron Franco y Estelita. Vimos entre la multitud a unos cuantos ex compañeros del instituto, pero no nos saludamos hasta la mañana siguiente en la que nos cruzamos en un bar de Preciados, por casualidad, cuando acudimos en masa a mear y lavarnos un poco las caras. Manu, con quien acabamos los últimos años del bachiller, me preguntó en qué comisión estaba. Le dije que en ninguna y me propuso estar con él, en la de alimentación. Aunque él se pasaría, posiblemente, a la de seguridad –la verdad que para esa estaba que ni pintado, con su casi metro noventa y musculatura intimidatoria-. Le respondí que no sabía porque Fermín nos había alistado en otra. No sabía cuál, pero según mi amigo participaban un par de tías que estaban buenísimas. Esa misma noche descubrimos que eran pareja. Así que nos acoplamos, después de una nueva asamblea, en la de alimentación. Teníamos que currar un poco, pero zampábamos de gratis y sin hacer ninguna cola.
Franco y Estelita iban a su bola, y hasta se consiguieron una carpa. Franco se la mangó a un primo, pero no le duró mucho. El primo se ligó a una chica de la comisión de legal, y se la pasaba metido ahí dentro. Solo salían para las asambleas o para ir a buscar un bocata. Eso hasta la noche de las elecciones, en la que le dijo a Franco que lo sentía pero se llevaba la carpita, que ya estaba todo el pescado vendido y que tanto follón no servía de una puta mierda porque habían ganado los fachas.
Debo confesar que en tantos días y noches, entre aquella gente, en medio de la euforia y la adrenalina, viviendo una historia que traspasaba nuestras fronteras ¡no pude echar ni un polvo! Me hinché a porros y me cogí como veinte pedos seguidos. Pero lo que se dice follar ¡na de ná! A Fermín le pasó otro tanto. Estábamos, por momentos, como niños en una dulcería pero sin poderle meter mano ni a un chupachús ¡joder!
Después nos dimos cuenta que tendríamos que haber ido por separado, no andar de aquí para allá ¡como una parejita! Por eso nos quedamos unos días más. No podía ser que nos fuésemos “vírgenes” de aquella movida. Teníamos que llevarnos un buen recuerdo. Al menos uno, en especial.
Tanto en casa de Fermín como en la mía sabían que estábamos en Sol, y mientras en las noticias no apareciese una última hora de cargas policiales, daban por buena nuestra situación. Hasta salimos en directo un par de veces. Yo salí dos veces. En una me tapé la cara, por si acaso. Además teníamos los móviles para cualquier emergencia. Lo bueno para ellos, en nuestras casas, es que no consumíamos nada, un ahorro, y nuestras habitaciones se conservaban limpias, al menos ordenadas. Como si nos hubiésemos independizado.
Al principio, la hermana de mi madre sobre todo, hablaba con orgullo de mí, por primera en su vida. Era el héroe de la familia. Era algo. Eso, al principio.
Con Fermín teníamos a esas alturas otros objetivos, menos altruistas pero con verdadera trascendencia para nosotros. No nos iríamos hasta “meterla”. Y hasta lo juramos. Todas las reivindicaciones nos parecían buenas, aunque en el fondo nos la traían flojas. Los primeros días elegíamos las chicas con cierto criterio estético. Ahora nos daba igual la forma, solo el fondo. Andábamos como cazadores y cada cierto tiempo nos reuníamos en el oso para hacer un balance.
-¿Tú, qué tal?
-Nada.
-¿Y tú?
-Nada.
-Estamos jodíos.
-Pues sí…
Y seguíamos. Llegamos a creer que teníamos algún estigma o algo así, que no podía ser tanta mala suerte. Ahí todo el mundo follaba ¡hasta los negros! No sé si es que porque llaman más la atención o qué.
-Será que despiertan compasión-, me dijo Fermín –tu sabes, Africa, las pateras…
-¡Joder, tío! Me tizno la cara ¡a ver!
-…el rabo.
Dormíamos en unas colchonetas mugrientas que nos prestaron generosamente unos chavales que vinieron de Málaga y ya se habían ido. Antes lo hacíamos solo con unas mantas en el suelo, bajo las jaimas, así que sucias o no, las colchonetas nos vinieron muy bien. Pero ya estábamos resabiados, olíamos mal, y empezamos a estar resentidos. Y eso espanta a cualquiera. Hasta veíamos a los de las carpas individuales con cierto desprecio. Los privilegiados. Si hubiese tenido mi propia carpa, seguro, ya habría gozado más de un revolcón.
Con todo, igual, nos resistíamos a volver a nuestras casas. No así. Sabíamos que de la simpatía inicial, en nuestro entorno más íntimo, quedaba poco. Normal. Volvíamos a ser los vagos de siempre. Y cada vez con peor prensa. En parte, con cierta razón, todo hay que decirlo.
Del ambiente casi festivo, solidario, con una peña atractiva en general, del comienzo; pasamos a tener una población bastante heterogénea: yonquis, mendigos, carteristas…Gente que no pintaba nada en las asambleas, pero hacían valer su voto, claro. En ese extremo, ni Fermín ni yo, tampoco ya pintábamos nada. Lo peor es que empezó a escasear la comida. Y los porros. Lo que trajo más de un conflicto. Con la excusa del buen rollito el mangazo se hizo dueño y señor de la plaza. Y a veces de mala manera. También con el tema del sexo. No éramos los únicos despistados que seguían con las manos vacías. Y a muchos empezó a írseles, justamente eso, las manitos. Tanta fricción, tanta exposición de amor libre…
Cuando me robaron el móvil dije basta. También a Fermín se lo habían birlado el día anterior, pero como casi no tenía saldo y era de poco valor, no le importó. El mío tenía de todo ¡hasta wifi, me cago en la mar! Así que a la mañana siguiente lo desperté a mi amigo y le dije que me iba. El se levantó de un salto y me respondió que también. Esperaba mi decisión, parece.
Nos paramos junto al oso y miramos aquel asentamiento con tristeza, casi con añoranzas de épocas pasadas –las de una semana atrás, pero ya muy lejanas-. Fermín sacó de su bolsillo un billete de diez euros que había “encontrado” por la noche.
-Vamos a desayunar-, me invitó guiñándome un ojo.
-Bueno-, le respondí mientras me rascaba en el brazo la enésima picadura de pulga.
-¿Has visto que el Kun quiere irse al Madrid?
-Será cabrón…

miércoles, 1 de junio de 2011

VIEJBOOK II "amigos"

En aquellos días, la brisa que precede al otoño se deslizaba de un modo despreocupado entre las ramas del pensamiento. Deseos, en particular.
El cambio de estación solo traía presagios de nuevos desafíos, y reencuentros anhelados.
Eran épocas de colegio y todo lo que podía salir mal, tenía arreglo. O casi. En especial el amor, aquel, tan voluble. Y tan único y desesperado como una canción de Neruda.
En ese país todo era comienzo. Quizá por eso el recuerdo es nítido. Simplemente por eso, en tu caso, más nítido aún. No hubo principio. Nunca comenzó.
Un gran amor, algunos dicen el primero, nunca se olvida. Agregaría que el que no fue también. Tiene el mismo peso específico en la memoria. Aunque no haya como en la película de J. L. Garci “Asignatura pendiente”, nada pendiente. Solo un agujero negro de igual tamaño al universo construido imaginariamente.
A veces recuerdo la ansiedad con la que esperaba ser mayor. Mayor de veinte, claro. Para lucir esa incipiente barba que veía en los muchachos que esperaban a la salida del instituto a nuestras compañeras. También a vos. Ellos parecían seguros de sí mismos, y nosotros los “compañeritos”, no dábamos la talla. Demasiados inmaduros.
La ignorancia, esa singular acompañante de la adolescencia, susurraba, erróneamente cómo no, caminos que desandaríamos con ojos sorprendidos y voz entrecortada. Igual, arropados por la soberbia de sentirnos herederos del mundo, acometíamos arrogantes las más disparatadas empresas, por ejemplo: pasearnos a plena luz del día, en plena calle, y en plena dictadura militar, -la de Videla & cía.- con el mamotreto de Karl Marx, El Capital, bajo el brazo, en una actitud desafiante y reivindicativa. ¡Vaya proeza! ¡Vaya estupidez! Por mucho menos decenas de jóvenes aparecían en una zanja. Otros no aparecieron jamás.
Eso sí, valor para declararnos a la chica de nuestros sueños, no teníamos. Daba pavor imaginar una respuesta adversa. Era mejor sumergirse en fantasías que ya sabemos cómo acaban…
Vos, tenías varias horas de horno más que nosotros, los muchachos que nos “colábamos” en tus cumpleaños. Con tu misma edad, biológica, pero irremediablemente verdes. Y no por simpatizar con la ecología. Vos, hiciste lo que debimos hacer todos nosotros: estudiar. Y pasárnoslas bien, sin tantos prejuicios ideológicos de ideologías de las que solo conocíamos eso: los prejuicios.
Al punto de preferir morir, real y estúpidamente, llenos de sangre; a morir de amor, metafórica y estúpidamente, llenos de gozo.
Lo primero era romántico, y lo segundo, cursi. ¡Cuánta paja!
Hace poco me encontré con tu rostro, reconocible a pesar de la malicia del tiempo, -tan democrático en algunos aspectos, y tan autoritario y criminal, en otros-.
Te vi en Facebook. Más Face que nunca. Entre esos “amigos” que son “amigos” de otros “amigos” y te sugieren que seas “amigo”…
Ya hubo un tiempo en el que la amistad, verdadera, y el amor, desmesurado, pudieron echar raíces. Y no lo hicieron. Ese era el destino, y quedó sellado como una piedra en la pirámide de Keops. Ni bien, ni mal. Ahora, merced a ese espacio virtual, podemos husmear, como los perros en los parques, los rastros de otras vidas totalmente ajenas a la nuestra.
Un mundo pasado que se cuela de forma hipnótica y morbosa, cuando no melancólica y autocompasiva, por las comisuras de nuestra boquiabierta frustración presente. Y el único brillo en nuestras pupilas es el del reflejo de la pantalla que nos trae con una falsa simpatía, un impersonal saludo y una invitación lejana, “fulano te sugiere que seas amigo” de un “amigo”, que a su vez es “amigo” de una “amiga”…¡que pudo ser la madre de tus hijos!
Más allá de todo, a vos te vi bien. Me alegra.