sábado, 30 de abril de 2011

Cómo estamos...

¿Cómo está un tipo de cincuenta? ¡Hum! Depende. Todos decimos lo mismo: ¿Por dentro? ¡Hecho un pibe! Por dentro. Muy adentro. Tan adentro que a veces no lo encontramos. Al pibe. Si fuiste y aún eres fumador el pibe está más negro que el carajo. Aunque siga siendo un pibe. En muchos casos, la mayoría, el pibe está más pajero que nunca. Le da a la fantasía como si fuese un sonajero sin el que no puede irse a dormir. Todas las mujeres estan buenas ya que eso de "veteranas" no existe más. Todas, absolutamente todas, parecen más jóvenes que uno. Se pierde el prejuicio juvenil de "no, esa es una vieja" y por ahí la mujer tenía treinta y cinco. Ahora las vemos como a pendejas. y las hallamos de puta madre. También a las de cuarenta y cinco, aunque por lo general éstas están detras de tipo de treinta. Lógico. Normal.
Los de cincuenta apestamos a fracasos, manías raras y mal aliento, y lo que es peor un sexo cauto, apasionado pero con reservas. Mucha experiencia, sí. ¡Uf! La mar de conocimientos ¡Todos inútiles! Que el muchacho de ahí abajo, el manipulador calvo, se pone de pie, claro. Si por él fuera estaría siempre así. Pero es más una expresión de deseo que una realidad.
¡Ah! Y la tripa. Bueno, los que no engordamos igual tenemos panza. Excepto los que viven en el o del gimnasio. ¡Hasta empezamos a tener tetas! Eso sí que es una maldición. Unas teticas de esas de las que nos reíamos en el colegio. "¡Eh! Esa más que una chica es un buen amigo, ja, ja". Nos echaron un maleficio. tardó pero al fin se hizo carne. A pesar de todo tratamos de arreglarnos y como esas viejas de las que también nos burlabamos, nos echamos litros de perfume encima lo que hace que seamos repelidos a primera vista. O a primera olida. Pero no todo es un lamento.
Hemos llegado vivos y enteros ¡Un punto a favor!
Todavía se nos para -sin accesorios, eh- ¡Otro punto!
Tenemos pelos en la cabeza ¡Otro puntito!
Está encanecido...¡Hum! Si fuese completamente blanco sería un puntito más pero en partes la cosa se complica ¿por qué? Y porque empezamos a probar productos para unificar el color ¡y la cagamos del todo! Los tipos en eso del tinte, salvo que vayan a la peluquería todos los meses y se dejen un dineral, estamos jodidos. Nunca, pero nunca, nunca, nos teñimos del mismo tono. Eso por no hablar que tampoco acertamos al original. Bah, ni nos acordamos de cómo era. Nos suele quedar parecido a un peluquín y todos, hombres y mujeres de nuestro entorno nos dicen: te quedaban bien las canas. ¿Ahora me lo dicen? Primero que te quitás años, luego que parecés un payaso. Y ni hablar de que siempre nos olvidamos de volver a pintarlo hasta que ya estamos como los gallos de pelea: medio colorado por aquí, medio grisáceo, tirando a sucio, por allá. Hace poco me lo dejé largo. Y canoso. Onda hippie. A mi hija le parecía bien, y ella es la que suele darme opiniones que respeto al cien por cien. Cuando me lo corté, harto de que me mirasen en la calle como a un mendigo, todos me dijeron que me había sacado años de encima. Y lo más importante: a mi hija también le pareció una buena decisión.

El principio...

Nací en 1961. Un buen año para orbitar el planeta, habrá pensado Yuri Gagarin mientras escuchaba a Bob Dylan. Y lo hizo, solo unos días antes que una mujer en un hospital público de Buenos Aires, Argentina, diera a luz a un nuevo argentinito. El padre pensó que sería buena idea ponerle de nombre "Yuri", en honor al cosmonauta que a la sazón miraba a todos como si fuese Dios, desde el cielo. Lo intentaron pero la legislación Argentina, en ese tiempo, no permitía nombres extranjeros, o raros para el empleado que debía anotarlos. Tenía que ser el de un santo o el que se le diese en gana ¡pero argentino, che! Así lo hicieron: Jorge, y de segundo plato: Ernesto. En honor a Guevara, el entonces ministro de la revolución cubana, que no estaba en el cielo pero era comunista también. Mi padre siempre fue de izquierdas. Izquierda peronista. A mi madre en cambio todo eso le daba igual, y tan cristiana y creyente como era, y sigue siendo, a pesar de la ascendencia judía de su marido, además de agnóstico, fue y me bautizó por su cuenta. Cada cual a su bola. Eso hace cincuenta años y mundos atrás.
Y bien digo mundos por que aquel era muy otro al de estos días. Tanto así que existía la Unión Soviética, con kruschev a la cabeza; en EEUU, Kennedy; en Argentina...un tal Frondizi. Fue el año del Racing Club, pero me hicieron de River. En eso, por suerte, mis padres no se dejaron llevar por el marketing del momento. Era el tiempo de la guerra fría y la competencia espacial. Hasta los perros volaban. Tal el caso de la perrita layca -hoy en día se le hubiesen echado encima todas las sociedades protectoras de animales-. A propósito de Layca, recién hace muy poco me enteré que no era un apodo sino la raza. Los rusos le llaman Layca a los Siberian Husky, o eso es lo que me dijo un ruso. De haberlo sabido le hubiese puesto rostro a los ladridos que escuché en un raro disco de plástico que mi padre trajo a casa contándonos que eran los ladridos de la perra Layca desde la nave espacial! Mis hijos y mi mujer se carcajean de esta anécdota. Para ellos son los ladridos de cualquier perro y me vendieron un buzón."Te guiñaron el ojo, papá", me dijo mi hijo, el del medio, mientras se desternillaban de risa. Juá, Juá, mirá como me río. Juá. Rianse todo lo que quieran pero para mí, aún, son los "saludos" de la perrita Layca desde la estratósfera. y además: Layca, de nombre.